Desde el Sermón del monte hasta el discurso de la Última cena, Jesús enseñó a sus seguidores a manifestar amor paterno en vez de amor fraterno. El amor fraterno significa amar al prójimo como a uno mismo, y esto sería el cumplimiento adecuado de la «regla de oro». Pero el afecto paterno requiere que ames a tus semejantes como Jesús te ama a ti.
Jesús ama a la humanidad con un afecto dual. Vivió sobre la tierra como una personalidad dual: humana y divina. Como Hijo de Dios, ama al hombre con un amor paterno—es el Creador del hombre, su Padre en el universo. Como Hijo del Hombre, Jesús ama a los mortales como a un hermano—fue realmente un hombre entre los hombres.
Jesús no esperaba que sus seguidores lograran una manifestación imposible de amor fraterno, pero sí esperaba que se esforzaran tanto por llegar a ser como Dios—perfectos, así como es perfecto el Padre en los cielos– hasta el punto de poder ver al hombre como Dios ve a sus criaturas y pudieran así empezar a amar a los hombres como Dios los ama—mostrar un asomo de afecto paterno. En el curso de estas exhortaciones a los doce apóstoles, Jesús trató de revelar este nuevo concepto de amor paterno tal como éste se relaciona con ciertas actitudes emocionales pertinentes cuando se hace numerosos ajustes sociales al medio ambiente.
El Maestro comenzó este importante discurso llamando la atención sobre cuatro actitudes de fe, como preludio de la descripción subsecuente de sus cuatro reacciones trascendentales y supremas de amor paterno en comparación con las limitaciones del simple amor fraterno.
Primero habló de los que son pobres de espíritu, de los que tienen sed de rectitud, de los que sobrellevan la mansedumbre y de los de corazón limpio. Es posible esperar de estos mortales quienes disciernen al espíritu, niveles tales de generosidad divina como para ser capaces de intentar el extraordinario ejercicio del afecto paterno; es posible esperar que aun cuando estén de luto podrán tener la fuerza de mostrar misericordia, promover la paz y soportar las persecuciones, y al mismo tiempo y a pesar de todo, amar con un amor paterno aun a la humanidad poco amable. El afecto de un padre puede llegar a niveles de devoción que trascienden inconmensurablemente al afecto de un hermano.
La fe y el amor de estas beatitudes fortalecen el carácter moral y crean felicidad. El temor y la ira debilitan el carácter y destruyen la felicidad. Este sermón monumental comenzó con una nota de bienaventuranza.
1. «Bienaventurados los pobres de espíritu—los humildes». Para un niño, la felicidad es la satisfacción de un deseo inmediato que da placer. El adulto está dispuesto a sembrar las semillas de la abstención con el objeto de cosechar en el futuro una felicidad mayor. En los tiempos de Jesús y desde entonces, la felicidad se ha relacionado demasiado frecuentemente con la idea de la posesión de riquezas. En la historia del fariseo y del publicano que oran en el templo, el uno se sentía rico en espíritu—egotista; el otro se sentía «pobre de espíritu»—humilde. El uno era autosuficiente; el otro era receptivo a la enseñanza y buscaba la verdad. Los pobres de espíritu buscan las metas de riqueza espiritual: Dios. Y aquellos que buscan la verdad no tienen que esperar sus galardones en un futuro lejano; son galardonados ahora. Encuentran el reino del cielo dentro de su corazón, y disfrutan ahora de esa felicidad.
2. «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de rectitud, porque ellos serán saciados». Sólo los que se sienten pobres de espíritu tienen sed de rectitud. Sólo los humildes buscan la fortaleza divina y anhelan el poder espiritual. Pero, es sumamente peligroso practicar a sabiendas el ayuno espiritual para aumentar el apetito de las dotes espirituales. El ayuno físico se vuelve peligroso a los cuatro o cinco días; puede uno perder todo deseo de alimentarse. El ayuno prolongado, tanto físico como espiritual, tiende a destruir el apetito.
La rectitud experiencial es un placer, no un deber. La rectitud de Jesús es amor dinámico—afecto paterno-fraterno. No es el tipo de rectitud del mandato negativo, el «no harás». ¿Cómo podría uno jamás tener hambre de algo negativo—de algo que «no harás»?
No es fácil enseñar estas dos primeras beatitudes a una mente infantil, pero la mente madura deberá comprender su significado.
3. «Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad». La mansedumbre genuina no tiene relación alguna con el temor. Es más bien una actitud del hombre que coopera con Dios—«hagase tu voluntad». Comprende la paciencia y la tolerancia y está motivada por la fe inamovible en un universo ordenado y cordial. Domina todas las tentaciones de rebelión contra la dirección divina. Jesús fue el manso ideal de Urantia, y heredó un vasto universo.
4. «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios». La pureza espiritual no es una cualidad negativa, excepto que no contiene sospecha ni venganza. Al hablar de la pureza, Jesús no intentó tratar exclusivamente de las actitudes sexuales del hombre. Se refería más a esa fe que el hombre debe tener en su semejante; esa fe que tiene un padre en su hijo, y que le permite amar a sus semejantes así como un padre los amaría. El amor de un padre no necesita malcriar, y no perdona el mal, pero nunca es cínico. El amor paterno tiene un propósito único, y siempre busca lo mejor en el hombre; ésa es la actitud de un verdadero padre.
Ver a Dios—por la fe– significa adquirir verdadero discernimiento espiritual. El discernimiento espiritual aumenta la guía del Ajustador, y estos dos terminan por aumentar la conciencia de Dios. Cuando conoces al Padre, estás seguro de la filiación divina, y puedes amar cada vez más a cada uno de tus hermanos en la carne no sólo como hermano—con amor fraterno– sino también como padre—con afecto paterno.
Es fácil enseñar esta admonición aun a un niño. Los niños son por naturaleza confiados, y los padres deberían hacer todo lo posible para que no pierdan esa fe sencilla. Al tratar con niños, evitad todo engaño y no despertéis en ellos sospechas. Ayudadlos con sabiduría a elegir sus héroes y sus tareas en la vida.
Siguió pues Jesús enseñando a sus seguidores cómo alcanzar el propósito fundamental de toda la lucha humana el logro de la perfección—aun la divina. Siempre les exhortaba: «Sed perfectos, así como vuestro Padre en los cielos es perfecto». No exhortó a los doce a que amaran al prójimo como se amaban a sí mismos. Esa habría sido un logro noble; habría indicado el alcance del amor fraterno. Más bien, amonestó a sus apóstoles a que amaran a los hombres como él los había amado a ellos—que amaran con un afecto paterno, así como también fraterno. Y lo ilustró, indicando cuatro reacciones supremas del amor paterno:
1. «Bienaventurados los que están de luto, porque ellos serán consolados». El así llamado sentido común o la lógica óptima no sugería nunca que la felicidad pueda surgir del luto. Pero Jesús no se refería al luto ostentoso o exterior. Se refería a la actitud emotiva de la ternura. Es un grave error enseñar a los niños varones y a los jóvenes que no es varonil mostrar ternura, dar rienda suelta a las emociones o quejarse de los sufrimientos físicos. La sensibilidad es un atributo valioso tanto en el hombre como en la mujer. No hace falta ser duro para ser varonil. Esta es la manera errónea de crear hombres valientes. Los grandes hombres del mundo no temen exteriorizar su sufrimiento. Moisés el sufriente fue un gran hombre, más que Sansón o Goliat. Moisés fue un líder extraordinario, pero era también un hombre de mansedumbre. Tener sensibilidad y saber responder a las necesidades de los hombres genera una felicidad genuina y duradera, y estas actitudes cordiales a la vez salvan el alma de las influencias destructoras de la ira, el odio y la sospecha.
2. «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos obtendrán misericordia». La misericordia denota aquí la amplitud, anchura y profundidad de la amistad más auténtica—la bondad del amor. La misericordia puede ser a veces pasiva, pero aquí es activa y dinámica—la paternidad suprema. Un padre amante no vacila en perdonar a su hijo, aun muchas veces. En un niño bien educado, el impulso de aliviar el sufrimiento le es natural. En cuanto tienen edad suficiente para apreciar las condiciones reales, los niños son normalmente benevolentes y compasivos.
3. «Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios». Los que escuchaban a Jesús anhelaban una liberación militar, no a los pacificadores. Pero la paz de Jesús no es de tipo pacífico y negativo. Frente a las pruebas y persecuciones él dijo: «Mi paz os dejo con vosotros». «No se turbe vuestro corazón, ni tengáis miedo». Ésta es la paz que previene conflictos desastrosos. La paz personal se integra a la personalidad. La paz social previene el temor, la codicia y la ira. La paz política previene los antagonismos raciales, la suspicacia entre naciones y la guerra. Trabajar por la paz es la cura de las desconfianzas y las sospechas.
Es fácil enseñar a los niños a trabajar como pacificadores. Ellos disfrutan de las actividades de grupo; les gusta jugar juntos. Dijo el Maestro en otra ocasión: «Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien quiera perderla la hallará».
4. «Bienaventurados los que son perseguidos por causa de su rectitud, porque de ellos es el reino del cielo. Bienaventurados seréis cuando os vituperen y os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros falsamente. Alegraos y regocijaos porque grande será vuestra galardón en los cielos».
La persecución a menudo sigue a la paz. Pero los jóvenes y los adultos valientes nunca huyen de las dificultades ni del peligro. «El amor más grande que el hombre puede experimentar es dar la vida por sus amigos». Y el amor paterno puede hacer todas estas cosas libremente—las cosas que el amor fraterno difícilmente puede abarcar. Y el progreso ha sido siempre la cosecha final de la persecución.
Los niños siempre responden al desafío de la valentía. La juventud está siempre dispuesta a «el desafío». Todo niño debería aprender tempranamente a sacrificarse.
Así pues se revela que las bienaventuranzas del Sermón del monte están basadas en la fe y el amor y no en la ley—ética y deber.
El amor paterno se regocija al devolver el bien por el mal, hacer el bien para vengarse la injusticia.