Tomás fue el octavo apóstol, escogido por Felipe. En tiempos posteriores se le conoció como «Tomás el incrédulo», pero sus hermanos apóstoles no lo consideraban un incrédulo crónico. Sí, tenía una mente lógica y escéptica, pero al mismo tiempo era de una lealtad tan valiente, que les impedía a los que le conocieron íntimamente considerarle un escéptico frívolo.
Cuando Tomás se unió a los apóstoles, tenía veintinueve años, estaba casado y tenía cuatro hijos. Anteriormente había sido carpintero y albañil, pero luego se convirtió en pescador y residía en Tariquea, en la ribera occidental del Jordán, allí donde el río fluye del Mar de Galilea, y se le consideraba el ciudadano más importante de esta pequeña aldea. Tenía poca educación, pero poseía una mente aguda y racional y era hijo de padres excelentes, que vivían en Tiberias. Tomás tenía la única mente verdaderamente analítica de los doce; era el científico verdadero del cuerpo apostólico.
Los primeros años de la vida hogareña de Tomás habían sido desafortunados; sus padres no eran completamente felices en su matrimonio, y esto se reflejaba en su experiencia adulta. Creció con un temperamento desagradable y pendenciero. Incluso su esposa se alegró de que se uniera a los apóstoles; la idea de que su pesimista marido estaría lejos del hogar casi todo el tiempo, le resultaba un alivio. También tenía Tomás una tendencia a la suspicacia que hacía muy difícil llevarse bien con él. Al principio Pedro estuvo muy molesto por la presencia de Tomás, quejándose a su her-mano, Andrés, de que Tomás era «malo, feo y siempre suspicaz». Pero a medida que sus asociados fueron conociendo mejor a Tomás, más lo quisieron. Descubrieron que era extremadamente honesto y resueltamente leal. Era perfectamente sincero e incuestionablemente veraz, pero era un crítico nato y se había convertido en un pesimista empedernido. Su mente analítica estaba envenenada por la suspicacia. Cuando se asoció con los doce y pudo de este modo conocer el noble carácter de Jesús, estaba a punto de perder la fe en sus semejantes. Esta asociación con el Maestro comenzó a transformar inmediatamente su disposición de ánimo, efectuando grandes cambios en su forma de reaccionar mentalmente con sus semejantes.
La gran fuerza de Tomás era su mente en extremo analítica combinada con la solidez de su valor, una vez que tomaba una determinación. Su gran debilidad era su incredulidad suspicaz, que nunca llegó a vencer del todo durante su vida terrenal.
En la organización de los doce, se le encomendó a Tomás que se encargara de preparar y dirigir el itinerario; fue un director hábil de la obra y los movimientos del cuerpo apostólico. Era un ejecutivo capaz, excelente hombre de negocios, pero estaba limitado por su talante altamente variable; parecía ser una persona un día y otra completamente distinta al día siguiente. Cuando se unió a los apóstoles tenía inclinación por la melancolía, pero el contacto con Jesús y los apóstoles lo curó en gran medida de esta morbosa tendencia a la introspección.
Mucho disfrutaba Jesús de la compañía de Tomás y tuvo muchas conversaciones largas y personales con él. Su presencia entre los apóstoles fue de gran consuelo para todos los incrédulos honestos y alentó a muchas mentes atribuladas a entrar en el reino, aunque no pudieran comprender completamente todas las fases espirituales y filosóficas de las enseñanzas de Jesús. La presencia de Tomás en el grupo de los doce fue una declaración permanente de que Jesús amaba incluso a los incrédulos honestos.
Los otros apóstoles reverenciaban a Jesús por algún rasgo especial y distinguido de su desbordante personalidad, pero Tomás reverenciaba a su Maestro por su carácter magníficamente equilibrado. Tomás admiraba y honraba cada vez más a aquel que era tan amorosamente misericordioso y al mismo tiempo tan inflexiblemente justo y equitativo; tan firme pero nunca obstinado; tan calmo, pero nunca indiferente; tan socorrido y tan compasivo, pero nunca entrometido ni dictatorial; tan fuerte y al mismo tiempo tan manso; tan positivo, pero nunca áspero ni rudo; tan tierno pero nunca vacilante; tan puro e inocente, pero al mismo tiempo tan viril, enérgico y fuerte; tan verdaderamente valiente, pero nunca temerario ni imprudente; tan amante de la naturaleza pero tan libre de toda tendencia de reverenciar a la naturaleza; tan lleno de humor y tan jovial, pero tan libre de ligereza y de frivolidad. Era esta inigualable simetría de la personalidad lo que tanto encantaba a Tomás. Probablemente disfrutaba él de la más elevada comprensión intelectual y apreciación de la personalidad de Jesús entre los doce.
En los concilios de los doce, Tomás siempre era cauto, aconsejaba siempre una política de seguridad en primer término, pero si se votaba en contra de su conservadurismo o se lo vetaba, era siempre el primero en proceder intrépidamente con la ejecución del programa que se había aprobado. Una y otra vez se pronunció contra un proyecto determinado por considerarlo imprudente y presuntuoso; él debatía hasta el fin amargo, pero cuando Andrés sometía la proposición al voto, y cuando los doce elegían hacer algo contra lo cual había él tan apasionadamente argumentado, Tomás era el primero en decir: «¡Vamos!». Era un buen perdedor. No guardaba rencor ni alimentaba resentimientos. Una y otra vez se opuso a permitir que Jesús se expusiera al peligro, pero cuando el Maestro decidía correr riesgos, era siempre Tomás quien animaba a los apóstoles con sus valientes palabras: «Vamos, hermanos, vamos a morir con él».
En algunos aspectos, Tomás era como Felipe; quería «que le mostraran», pero las expresiones de su duda se basaban en mecanismos intelectuales completamente diferentes. Tomás era analítico, no meramente escéptico. En cuanto al coraje físico personal, era uno de los más valientes entre los doce.
Tomás tenía algunos días muy malos; a veces estaba triste y abatido. La pérdida de su hermana gemela, a los nueve años, le había producido mucha tristeza en sus primeros años, contribuyendo a sus problemas temperamentales en su vida adulta. Cuando Tomás estaba deprimido, a veces Natanael era quien lo ayudaba a recobrarse, otras veces Pedro, y con cierta frecuencia, uno de los gemelos Alfeo. Desafortunadamente, cuando estaba más deprimido, trataba de evitar el contacto di-recto con Jesús. Pero el Maestro conocía todo esto y tenía gran compasión por su apóstol cuando éste estaba afligido por la depresión y atormentado por las dudas.
A veces Tomás obtenía permiso de Andrés para ausentarse a solas por uno o dos días. Pero pronto se dio cuenta de que este sistema no era prudente; pronto descubrió que era mejor, cuando estaba deprimido, aferrarse a su trabajo y quedarse junto a sus asociados. Pero a pesar de lo que ocurriera en su vida emocional, siempre era un apóstol. Cuando llegaba el momento de proceder, siempre era Tomás el que decía: «¡Vamos!».
Tomás es el gran ejemplo de un ser humano que tiene dudas, las encara y las vence. Tenía una mente preclara, no era un criticón frívolo. Era un pensador lógico; fue la prueba del ácido para Jesús y sus hermanos apóstoles. Si Jesús y su obra no hubiesen sido genuinos no habrían podido retener a un hombre como Tomás desde el principio hasta el fin. Tenía un sentido muy preciso y agudo de lo real. Al primer síntoma de fraude o de engaño Tomás los habría abandonado a todos. Es posible que los científicos no comprendan plenamente a Jesús y su obra en la tierra, pero vivió y laboró con el Maestro y sus asociados humanos un hombre, cuya mente era la de un verdadero científico—Tomás el Dídimo– y él creyó en Jesús de Nazaret.
Tomás pasó momentos difíciles durante los días del juicio y la crucifixión. Estuvo sumido en la más profunda desesperación por un tiempo, pero recobró su coraje, se quedó con los apóstoles y estaba presente con ellos para dar la bienvenida a Jesús en el Mar de Galilea. Sucumbió por un tiempo a la depresión de la incredulidad, pero finalmente supo recuperar su fe y su valor. Aconsejó sabiamente a los apóstoles después de Pentecostés y, cuando la persecución dispersó a los creyentes, fue a Chipre, a Creta, a la costa norafricana y a Sicilia, predicando la buena nueva del reino y bautizando a los creyentes. Y Tomás siguió predicando y bautizando hasta que fue arrestado por los agentes del gobierno romano y ejecutado en Malta. Sólo unas pocas semanas antes de su muerte había comenzado a escribir sobre la vida y las enseñanzas de Jesús.