Simón el Zelote, el onceavo apóstol, fue escogido por Simón Pedro. Era hombre hábil, de buen linaje y vivía con su familia en Capernaum. Tenía veintiocho años cuando se unió a los apóstoles. Era un vigoroso agitador y también un hombre que hablaba mucho sin pensar. Había sido mercader en Capernaum antes de dedicar toda su atención a la organización patriótica de los zelotes.
Simón el Zelote fue puesto a cargo de las diversiones y de la recreación del grupo apostólico y fue un organizador muy eficaz del solaz y esparcimiento de los doce.
La fuerza de Simón radicaba en su lealtad inspiradora. Cuando los apóstoles encontraban un hombre o una mujer que estaban indecisos respecto a entrar al reino, enviaban a Simón. Usualmente le bastaban unos quince minutos a este entusiasta defensor de la salvación por la fe en Dios para aclarar toda duda y eliminar todas las indecisiones, y presenciar el nacimiento de una nueva alma a la «libertad de la fe y el gozo de la salvación».
La gran debilidad de Simón era su mente materialista. Le costaba trabajo transformarse rápidamente de judío nacionalista a internacionalista de mente espiritual. Cuatro años no bastaron para hacer tal transformación intelectual y emocional, pero Jesús siempre fue paciente con él.
Lo que más admiraba Simón en Jesús era la calma del Maestro, su seguridad, su equilibrio y su inexplicable serenidad.
Aunque Simón era un revolucionario apasionado, un agitador temerario, gradualmente mitigó su fiera naturaleza hasta llegar a ser un predicador poderoso y efectivo de «la paz en la tierra y la buena voluntad entre los hombres». Simón era un gran polemista; le gustaba discutir. Cuando se trataba de vérselas con las mentes legalistas de los judíos cultos o con los sofismas intelectuales de los griegos, siempre se le asignaba esta tarea a Simón.
Era un rebelde por naturaleza y un iconoclasta por formación, pero Jesús supo ganarlo para los conceptos más elevados del reino del cielo. Siempre se había identificado con el partido de la protesta, pero ahora se unía al partido del progreso, de la progresión ilimitada y eterna del espíritu y de la verdad. Simón era hombre de lealtades intensas y cálida devoción personal, y amaba profundamente a Jesús.
Jesús no temía identificarse con hombres de negocios, peones, optimistas, pesimistas, filósofos, escépticos, publicanos, políticos o patriotas.
El Maestro tuvo con Simón muchas conversaciones, pero no consiguió convertir completamente en internacionalista a este ferviente nacionalista judío. Jesús a menudo le dijo a Simón que era adecuado procurar la mejora del orden social, económico y político, pero él siempre añadía: «Ese no es asunto del reino del cielo. Debemos dedicarnos a hacer la voluntad del Padre. Nuestro trabajo es ser embajadores de un gobierno espiritual en lo alto, y no debemos ocuparnos de inmediato de ninguna cosa que no sea la representación de la voluntad y del carácter del Padre divino que preside el gobierno de cuyas credenciales somos portadores». Todo ello era difícil de entender para Simón, pero gradualmente comenzó a comprender algo del significado de las enseñanzas del Maestro.
Después de la dispersión debida a las persecuciones en Jerusalén, Simón ingresó en un retiro temporal. Estaba literalmente deshecho. Como patriota nacionalista, se había rendido en deferencia a las enseñanzas de Jesús; ahora, todo estaba perdido. Estaba sumido en la desesperación, pero en unos pocos años reanimó sus esperanzas y salió a proclamar el evangelio del reino.
Fue a Alejandría, y después de remontar el Nilo, penetró en el corazón de África, predicando en todas partes el evangelio de Jesús y bautizando a los creyentes. Así trabajó hasta llegar a ser anciano y endeble. Cuando murió fue enterrado en el corazón de África.