Poco después, los viajeros se hicieron a la vela hacia Chipre, haciendo escala en Rodas. Mucho disfrutaron ellos de la prolongada travesía marítima y llegaron a la isla de destino descansados de cuerpo y refrescados de espíritu.
Habían decidido disfrutar de un período de verdadero descanso y esparcimiento durante la estadía en Chipre, al llegar a su fin la gira por el Mediterráneo. Desembarcaron en Pafos y en seguida comenzaron a reunir las provisiones para su estadía de varias semanas en las montañas cercanas. Al tercer día después de su llegada emprendieron el camino hacia los montes con su recua bien cargada.
Pasaron todos dos semanas sumamente agradables, al cabo de la cuales, repentinamente, el joven Ganid cayó gravemente enfermo. Por dos semanas padeció de una fiebre violenta, que a menudo lo hacía caer en el delirio; tanto Jesús como Gonod se dedicaron de lleno a cuidar del muchacho enfermo. Con gran habilidad y ternura se ocupó Jesús del chico y el padre estaba asombrado por la delicadeza y la pericia que puso de manifiesto en su ministerio del joven postrado. Estaban lejos de toda morada humana, y el muchacho no estaba en condición de ser trasladado; tuvieron pues que arreglarse lo mejor posible para atenderlo a fin de que recuperara la salud ahí mismo en las montañas.
Durante la convalecencia de Ganid que duró tres semanas, Jesús le contó muchas cosas interesantes sobre la naturaleza y sus diversas manifestaciones. Cuánto se divirtieron mientras andaban por las montañas, el muchacho haciendo preguntas, Jesús respondiéndoselas, y el padre maravillándose de toda la escena.
La última semana de su estadía en las montañas, Jesús y Ganid tuvieron una larga conversación sobre las funciones de la mente humana. Después de varias horas de discusión el mancebo hizo esta pregunta: «Pero, Maestro, ¿qué quieres decir al observar que el hombre experimenta una forma superior de conciencia de sí mismo que la de los animales más evolucionados?» Y expresado en lenguaje moderno, así respondió Jesús:
Hijo mío, ya te he hablado mucho de la mente del hombre y del espíritu divino que vive dentro de la mente, pero ahora permíteme acentuar el que la autoconciencia es una realidad. Cuando un animal desarrolla una conciencia de sí mismo, se convierte en un hombre primitivo. Esta evolución deriva de una coordinación de funciones entre la energía impersonal y la mente capaz de concebir el espíritu, y es este fenómeno el que justifica el otorgamiento de un punto focal absoluto para la personalidad humana: el espíritu del Padre celestial.
Las ideas no son tan sólo un registro de las sensaciones. Las ideas son sensaciones más las interpretaciones reflexivas del yo personal; y el yo es más que la suma de las sensaciones. Comienza a haber un acercamiento a la unidad en un yo evolutivo, y esa unidad se deriva de la presencia residente de una parte de la unidad absoluta que activa espiritualmente a esa mente autoconsciente de origen animal.
Los animales no podrían poseer una autoconciencia temporal. Los animales poseen una coordinación fisiológica de la asociación del reconocimiento de los sensaciones y la memoria de éstas, pero ningún animal experimenta aquel reconocimiento de las sensaciones que discierne su significado ni muestra aquella asociación de estas experiencias físicas combinadas que ve su propósito, tal como se manifiesta en las conclusiones de las interpretaciones humanas inteligentes y reflexivas. Y este hecho de una existencia autoconsciente, asociado con la realidad de su subsecuente experiencia espiritual, constituye al hombre como un hijo potencial del universo y prefigura su alcance final de la Suprema Unidad del universo.
Pero el yo humano no es meramente la suma de estados de conciencia sucesivos. No habría, sin el funcionamiento eficaz de un clasificador y asociador de la conciencia, unidad suficiente para justificar la designación de un yo. Tal mente no unificada difícilmente podría alcanzar los niveles de conciencia que pertenecen al estado humano. Si las asociaciones mentales en la conciencia fueran simplemente un accidente, exhibiría la mente de todos los mortales las asociaciones incontroladas y al azar de ciertas fases de locura mental.
Una mente humana construida tan sólo sobre la base de la conciencia de las sensaciones físicas, no podría alcanzar nunca los niveles espirituales; este tipo de mente material carecería totalmente de valores morales y del sentido de orientación dominado por el espíritu que es tan esencial para lograr una unidad armoniosa de la personalidad en el tiempo, y que es inseparable de la supervivencia de la personalidad en la eternidad.
La mente humana comienza desde muy temprano a manifestar cualidades que son supermateriales; el intelecto humano verdaderamente reflexivo no está completamente sujeto a las limitaciones del tiempo. Que los individuos difieran tanto en su actuación en la vida, indica, no sólo las variables dotes hereditarias y las diferentes influencias del medio ambiente, sino también el grado de unificación que el yo ha logrado con el espíritu residente del Padre, la medida de la identificación del uno con el otro.
La mente humana no soporta bien el conflicto de una doble lealtad. Es un peso muy grande para el alma sufrir la experiencia de esforzarse por servir al bien y al mal a la vez. La mente supremamente feliz y eficazmente unificada es aquella dedicada por entero a hacer la voluntad del Padre celestial. Los conflictos no resueltos destruyen la unidad y pueden dar lugar a la dislocación de la mente. Pero el carácter de supervivencia del alma no se alimenta intentando asegurar la paz mental a cualquier precio, abandonando nobles aspiraciones o comprometiendo ideales espirituales; más bien tal paz se alcanza por la afirmación decidida del triunfo de lo que es verdadero, y esta victoria se logra venciendo el mal con la poderosa fuerza del bien.
Al día siguiente partieron hacia Salamina, donde se embarcaron para Antioquía en la costa de Siria.