Por el tiempo en que llegaron a Corinto, Ganid se estaba interesando mucho en la religión judía. No fue extraño pues que, al pasar ellos cierto día frente a la sinagoga y ver a la gente que entraba, Ganid le pidiera a Jesús que lo acompañara y que asistieran a las ceremonias. Ese día escucharon el discurso de un rabino erudito sobre el «Destino de Israel» y después del oficio religioso conocieron a un tal Crispo, el principal de la sinagoga. Muchas otras veces asistieron a las ceremonias de la sinagoga, pero principalmente volvían para encontrarse con Crispo. Ganid le tomó gran afecto a Crispo, a su mujer y a su familia de cinco hijos. Le deleitaba observar cómo conducía su vida familiar un judío.
Mientras Ganid estudiaba la vida de familia, Jesús le enseñaba a Crispo las mejores sendas de la vida religiosa. Jesús tuvo más de veinte sesiones con este judío progresista; y no es sorprendente que años más tarde, al predicar Pablo en esta misma sinagoga, y al rechazar los judíos su mensaje y al votar ellos que se le prohibiera seguir predicando en la sinagoga, y al ir Pablo donde los gentiles, ese mismo Crispo abrazara, juntamente con toda su familia, la nueva religión, y llegara a ser uno de los pilares de la iglesia cristiana que Pablo posteriormente organizara en Corinto.
Durante los diez y ocho meses que Pablo pasó predicando en Corinto, uniéndosele más tarde Silas y Timoteo, conoció él a muchos otros que habían sido enseñados por «el tutor judío del hijo de un mercader indio».
En Corinto conocieron a gente de todas las razas que provenían de tres continentes. Después de Alejandría y Roma, era ésta la ciudad más cosmopolita del imperio mediterráneo. Mucho había para ver en esa ciudad, y Ganid no se cansaba de visitar la ciudadela que se alzaba a casi seiscientos metros por encima del nivel del mar. También pasaba gran parte de su tiempo libre alrededor de a la sinagoga y en la casa de Crispo. Al principio se escandalizó, pero posteriormente le encantó la condición de la mujer en el hogar judío; ésta fue una revelación para este joven indio.
Jesús y Ganid eran a menudo huéspedes de otro hogar judío, el de Justo, un mercader devoto que habitaba al lado de la sinagoga. Tiempo más tarde, en muchas ocasiones, hubo de escuchar el Apóstol Pablo cuando se hospedaba en esa misma casa, la crónica de estas visitas del muchacho indio y de su tutor judío, y tanto Pablo como Justo se preguntaban qué habría sido de ese maestro hebreo tan sabio y brillante.
Cuando estaban en Roma, había observado Ganid que Jesús se negaba a acompañarles a los baños públicos. Posteriormente, varias veces trató el joven de inducir a Jesús a que se expresara más ampliamente respecto a las relaciones de los sexos. Aunque contestaba él las preguntas del joven, no parecía nunca estar dispuesto a discutir exhaustivamente estos asuntos. Cierta tarde al pasear ellos en Corinto, allí donde la muralla de la ciudadela desciende hacia el mar, fueron abordados por dos mujeres de la vida. Ganid, empapado como estaba de la idea, por otra parte correcta, de que Jesús era hombre de altos ideales, que aborrecía todo lo que pudiera oler a impureza y saber a mal, se dirigió severamente a estas mujeres empujándolas con rudeza a que se alejaran. Al ver esto Jesús, le dijo a Ganid: «Tus intenciones son buenas, pero no debes tú tener la presunción de hablarles de este modo a las hijas de Dios, aunque sean ellas sus hijas descarriadas. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a estas mujeres? ¿Acaso conoces tú las circunstancias que las obligaron a ganarse la vida de esta manera? Deteneos aquí conmigo, hablemos de estas cosas». Al escuchar sus palabras, las cortesanas se quedaron aun más atónitas que Ganid mismo.
Mientras allí permanecían, de pie a la luz de la luna, Jesús continuó: «En la mente de cada ser humano vive un espíritu divino, la dádiva del Padre celestial. Este buen espíritu lucha constantemente por conducirnos a Dios, por ayudarnos a encontrar a Dios y a conocer a Dios; pero en los mortales también hay muchas tendencias físicas naturales que el Creador puso allí para servir al bienestar del individuo y de la raza. Ahora bien, a veces los hombres y las mujeres, al esforzarse por comprenderse a sí mismos y por enfrentarse con las múltiples dificultades de ganarse la vida en un mundo tan dominado por el egoísmo y el pecado, llegan a confundirse. Percibo, Ganid, que estas dos mujeres no son por voluntad propia malas. Leo en sus ojos que han padecido muchas penas; que mucho han sufrido a manos de un destino aparentemente cruel; que no han elegido intencionalmente este tipo de vida; en su desaliento, su desesperación casi, se han rendido a la presión del momento y han aceptado esta manera desagradable de ganarse la vida, considerándola la mejor forma de escapar de una situación que les parecía sin esperanzas. Ganid, hay gente verdaderamente mala de corazón; ellos deliberadamente eligen hacer lo que es protervo, pero, dime, al contemplar tú estos rostros, ahora bañados de lágrimas, ¿ves en ellos algo malo, protervo?» Y al interrumpirse Jesús para que el joven contestara, tartamudeó Ganid, con la voz ahogada de emoción: «No, Maestro, no veo nada de eso. Lamento mi rudeza. Imploro su perdón». Dijo entonces Jesús: «Te digo en nombre de ellas que te han perdonado, así como les digo a ellas en nombre de mi Padre que está en el cielo que él las ha perdonado. Ahora venid conmigo todos vosotros a la casa de un amigo mío donde tomaremos un refrigerio y haremos planes para una vida nueva y mejor en el futuro.» Hasta este momento las atónitas mujeres no habían proferido ni una sola palabra; se miraron entre sí y siguieron a los hombres en silencio.
Imagínense la sorpresa de la mujer de Justo cuando a estas altas horas de la noche, apareció Jesús con Ganid y estas dos mujeres extrañas, diciendo: «Nos perdonarás por venir a esta hora, pero Ganid y yo deseamos comer alguna cosa, y quisiéramos compartirla con estas nuevas amigas, que también necesitan alimento; además, venimos a ti porque pensamos que te interesaría consultar con nosotros sobre la mejor manera de ayudar a estas mujeres a que comiencen una nueva vida. Ellas podrán con-tar su historia, pero yo supongo que han sufrido muchas penas, y su presencia misma en tu casa atestigua su profundo y sincero anhelo de conocer a gente buena, y cuán voluntariosamente desean la oportunidad de mostrarle a todo el mundo—hasta a los ángeles en el cielo– cuán nobles y valientes pueden llegar a ser».
Cuando Marta, la esposa de Justo, hubo servido la comida en la mesa, Jesús, despidiéndose inesperadamente, dijo: «Como se hace tarde y el padre del joven está aguardándonos, rogamos nos disculpen mientras aquí juntas os dejamos—las tres mujeres– las amadas hijas del Altísimo. Yo oraré por vuestra orientación espiritual mientras hacéis planes para una vida nueva y mejor en la tierra y una vida eterna en el gran más allá».
De este modo se despidieron Jesús y Ganid de las mujeres. Hasta este momento las dos cortesanas no habían dicho nada; mudo quedó también Ganid. Y también quedó Marta muda un instante, pero se recobró rápidamente, haciendo por estas extraños todo lo que Jesús había esperado que ella hiciera. La mayor de estas dos mujeres murió poco tiempo después, consolada por la esperanza de la vida eterna; la más joven consiguió trabajo en el negocio de Justo y más tarde se asoció de por vida a la primera iglesia cristiana de Corinto.
Varias veces en el hogar de Crispo, Jesús y Ganid se encontraron con un tal Gayo, que posteriormente se convirtió en un leal partidario de Pablo. Durante esos dos meses transcurridos en Corinto, ellos sostuvieron conversaciones íntimas con veintenas de valiosos individuos, y como resultado de estos encuentros aparentemente casuales, más de la mitad de estas personas, llegaron a ser miembros de la comunidad cristiana subsiguiente.
Cuando Pablo fue a Corinto por primera vez, no iba con la intención de quedarse mucho tiempo. Pero no sabía cuán bien había preparado el tutor judío el terreno para su labor. También descubrió que ya se había despertado gran interés por obra de Aquila y Priscila, siendo Aquila uno de los cínicos con los que se había relacionado Jesús cuando estuvo en Roma. Eran ellos una pareja de refugiados judíos de Roma, y abrazaron rápidamente las enseñanzas de Pablo. El vivió con ellos y trabajó con ellos, porque eran también fabricantes de tiendas. Fue debido a esas circunstancias debido a las que Pablo prolongó su estadía en Corinto.