Mardus era el líder reconocido de los cínicos en Roma, y se hizo muy amigo del escriba de Damasco. Día tras día conversaba con Jesús, noche tras noche escuchaba sus extraordinarias enseñanzas. Entre las conversaciones más importantes con Mardus, hubo una cuyo objeto consistía en responder a la sincera pregunta de este cínico relativa al bien y al mal. En esencia, y en lenguaje del siglo veinte, dijo Jesús:
Hermano mío, el bien y el mal no son sino palabras que simbolizan niveles relativos de la comprensión humana del universo observable. Si eres éticamente holgazán y socialmente indiferente, puedes tomar como tu norma del bien las costumbres sociales corrientes. Si eres espiritualmente indolente y sin anhelos de progreso moral, puedes tomar como norma del bien las prácticas y tradiciones religiosas de tus contemporáneos. Pero el alma que sobrevive más allá del tiempo y que emerge en la eternidad debe hacer una elección viviente y personal entre el bien y el mal tal como están definidos por los verdaderos valores de las normas espirituales establecidas por el espíritu divino que el Padre celestial ha enviado a residir dentro del corazón del hombre. Este espíritu residente es la norma de la supervivencia de la personalidad.
La bondad, al igual que la verdad, es siempre relativa e infaliblemente está contrastada por el mal. Es la percepción de estas cualidades de bondad y verdad la que capacita a las almas evolutivas de los hombres para tomar las decisiones personales de elección que son esenciales para la supervivencia eterna.
Los individuos espiritualmente ciegos que siguen lógicamente los dictados de la ciencia, las costumbres sociales y el dogma religioso están en grave peligro de sacrificar su libertad moral y de perder su libertad espiritual. Tal alma está destinada a convertirse en un papagayo intelectual, un autómata social y un esclavo de la autoridad religiosa.
La bondad siempre avanza hacia nuevos niveles de creciente libertad de autorrealización moral y de alcance de la personalidad espiritual—el descubrimiento del Ajustador residente y la identificación con él. Una experiencia es buena cuando eleva la apreciación de la belleza, aumenta la voluntad moral, amplía el discernimiento de la verdad, acrecienta la capacidad de amar y de servir a nuestros semejantes, exalta los ideales espirituales, y enlaza los motivos humanos supremos del tiempo con los planes eternos del Ajustador residente, todo lo cual conduce directamente a un creciente deseo de hacer la voluntad del Padre, alimentando así la pasión divina de encontrar a Dios y de asemejarse más a él.
Según asciendes la escala universal del desarrollo de la criatura, encontrarás mayor bondad y menor mal en perfecto acuerdo con tu capacidad de experimentar la bondad y discernir la verdad. La capacidad de albergar el error o de experimentar el mal no se perderá por completo hasta que el alma humana ascendente no alcance los niveles finales de los espíritus.
La bondad es viviente, relativa, siempre progresiva, invariablemente una experiencia personal y sempiternamente correlacionada con el discernimiento de la verdad y de la belleza. La bondad se encuentra en el reconocimiento de los verdad-valores positivos del nivel espiritual, los cuales deben ser contrastados, en la experiencia humana, con la contraparte negativa—las sombras del mal potencial.
Hasta que alcances los niveles del Paraíso, la bondad será siempre más una búsqueda que una posesión, más una meta que una experiencia de logro. Pero, hambriento y sediento de rectitud, experimentarás una satisfacción creciente en el alcance parcial de la bondad. La presencia del bien y del mal en el mundo es, en sí misma, una prueba positiva de la existencia y de la realidad de la voluntad moral del hombre, la personalidad, que así identifica estos valores y es capaz de elegir entre éstos.
Cuando el mortal ascendente alcance el Paraíso, su capacidad para identificar al yo con los verdaderos valores espirituales, se ha aumentado hasta el punto en que resulta el logro de la perfección de la posesión de la luz de la vida. Tal personalidad espiritual perfeccionada llega a unificarse tan completa, divina y espiritualmente con las cualidades supremas y positivas de la bondad, la belleza y la verdad que no queda ninguna posibilidad de que dicho espíritu recto pueda arrojar sombra negativa alguna de mal potencial al ser expuesto a la penetrante luminosidad de la luz divina de los infinitos Gobernantes del Paraíso. En todas estas personalidades espirituales, la bondad ya no es parcial, contrastante y comparativa; se ha convertido en divinamente completa y en espiritualmente plena; se acerca a la pureza y a la perfección del Supremo.
La posibilidad del mal es necesaria para la elección moral, pero la actualidad del mal no es necesaria. Una sombra es sólo relativamente real. El mal actual no es necesario como experiencia personal. El mal potencial actúa igualmente bien como estímulo para la decisión en los reinos del progreso moral en los niveles más bajos del desarrollo espiritual. El mal se vuelve una realidad de la experiencia personal sólo cuando una mente moral hace del mal su elección.