Hacía poco tiempo que habían llegado a la biblioteca de Alejandría los manuscritos de esta religión del Lejano Oriente. Era la única religión del mundo de la cual Ganid nunca había oído hablar. Esta creencia contenía también restos de las primitivas enseñanzas de Melquisedek, como puede verse en el siguiente resumen:
«Dice el Señor: ‘Vosotros sois los que reciben mi poder divino; todos los hombres disfrutan de mi ministerio de misericordia. Me complazco en la multiplicación de los justos en toda la tierra. Tanto en las bellezas de la naturaleza como en la virtud de los hombres se revela el Príncipe del Cielo y muestra su naturaleza recta. Como los de antaño no conocían mi nombre, me manifesté naciendo en el mundo como una existencia visible y sufrí tal humillación para que el hombre no olvidara mi nombre. Yo soy el hacedor del cielo y de la tierra; el sol y la luna y todas las estrellas obedecen mi voluntad. Soy el soberano de todas las criaturas en la tierra y en los cuatro mares. Aunque soy yo grande y supremo, tengo oídos aún para la oración del más pobre entre los hombres. Si una criatura me adorará, oiré su oración y le concederé el deseo de su corazón’.
«‘Cada vez que el hombre cede a la ansiedad, se aleja un paso del espíritu guiador de su corazón’. El orgullo oscurece a Dios. Si quieres obtener la ayuda del cielo, aparta tu orgullo; cualquier indicio de orgullo obstruye la luz salvadora, como si fuera una gran nube. Si no tenéis rectitud adentro es inútil que oréis por lo que ha quedado afuera. ‘Si oigo tus oraciones, es porque vienes ante mí con el corazón limpio, libre de falsedades y de hipocresías, con un alma que refleja la verdad como un espejo. Si quieres ganar la inmortalidad, renuncia al mundo y ven a mí’».