Los misioneros de Melquisedek llevaron consigo, dondequiera que fueron, las enseñanzas del Dios único. Gran parte de esta doctrina monoteísta, junto con otros y previos conceptos, se incorporó a las enseñanzas subsecuentes del hinduismo. Jesús y Ganid proporcionaron el resumen siguiente:
«Él es el Dios grande, supremo en todo sentido. Él es el Señor que abarca todas las cosas. Es el Creador y controlador del universo de los universos. Dios es un Dios único; él está solo y por sí mismo. Él es el único. Este Dios único es nuestro Hacedor y el último destino del alma. El Supremo es indescriptiblemente brillante; él es la Luz de las Luces. Esta luz divina ilumina todos los corazones y todos los mundos. Dios es nuestro protector—no abandona a sus criaturas– y los que aprenden a conocerlo serán inmortales. Dios es la gran fuente de energía; él es el Alma Grande. Él ejerce señorío universal sobre todo. Este Dios único es amoroso, glorioso y adorable. Nuestro Dios es supremo en poder y habita en la morada suprema. Esta Persona verdadera es eterna y divina; él es el Señor primordial del cielo. Todos los profetas le han alabado, y él se ha revelado a nosotros. Lo adoramos. ¡Oh Suprema Persona, origen de los seres, Señor de la creación y gobernante del universo, revélanos a nosotros, tus criaturas, el poder por el cual permaneces inmanente! Dios ha hecho el sol y las estrellas; él es brillante, puro y autoexistente. Su eterno conocimiento es divinamente sabio. El mal no puede penetrar en el Eterno. Por cuanto el universo surgió de Dios, él lo rige adecuadamente. Él es la causa de la creación, y de aquí que todas las cosas estén establecidas en él.
«Dios es el refugio seguro de todos los hombres buenos cuando estén necesitados; el Inmortal cuida de toda la humanidad. La salvación de Dios es vigorosa y su bon-dad es compasiva. Él es un protector amante y un defensor bendito. Dice el Señor: ‘Yo habito dentro de sus propias almas como una lámpara de sabiduría. Yo soy el esplendor de los espléndidos y la bondad de los buenos. Donde dos o tres se reúnan, allí también estaré yo’. La criatura no puede escaparse de la presencia del Creador. El Señor llega incluso a contar los incesantes parpadeos de los ojos de todos los mortales; y adoramos a este Ser divino como nuestro compañero inseparable. Él prevalece en todo. Es magnifico, omnipresente, e infinitamente generoso. El Señor es nuestro gobernante, nuestro refugio y nuestro controlador supremo, y su espíritu prístino habita dentro del alma mortal. El Testigo Eterno del vicio y de la virtud habita en el corazón del hombre. Meditemos largamente sobre el Vivificador adorable y divino; dejemos que su espíritu dirija plenamente nuestros pensamientos. ¡De este mundo irreal condúcenos al real! ¡De las tinieblas llévanos a la luz! ¡De la muerte guíanos a la inmortalidad!
«Con nuestro corazón purgado de todo odio, adoremos al Eterno. Nuestro Dios es el Señor de la oración; él oye el clamor de sus hijos. Dejad que los hombres sometan su voluntad a él, el Resoluto. Deleitémonos en la liberalidad del Señor de la oración. Haced de la oración vuestro amigo más íntimo y de la adoración el sostén de vuestra alma. ‘Si sólo me adoraréis en amor’, dice el Eterno, ‘yo os daré la sabiduría para llegar a mí, porque mi culto es la común virtud de todas las criaturas’. Dios es la luz que ilumina a los melancólicos y la fuerza de los que flaquean. Desde que Dios es nuestro amigo fuerte, ya nada tememos. Alabamos el nombre del Conquistador que nunca ha sido conquistado. Lo adoramos porque él es el que ayuda al hombre fiel y eternamente. Dios es nuestro conductor firme y nuestro guía infalible. Él es el gran padre de los cielos y de la tierra, poseedor de ilimitada energía y de sabiduría infinita. Su resplandor es sublime y su belleza divina. Él es el refugio supremo del universo y el guardián inmutable de la ley sempiterna. Nuestro Dios es el Señor de la vida y el Consolador de todos los hombres; el que ama a la humanidad y el que ayuda a los que están afligidos. Él es el dador de nuestra vida y el Buen Pastor del rebaño humano. Dios es nuestro padre, nuestro hermano y nuestro amigo, y nosotros anhelamos conocer a este Dios en nuestro ser más íntimo.
«Hemos aprendido a ganar la fe por el vivo deseo de nuestros corazones. Hemos alcanzado la sabiduría por la contención de nuestros sentidos y con la sabiduría hemos experimentado la paz en el Supremo. El que está lleno de fe adora verdaderamente cuando su ser íntimo está dedicado a Dios. Nuestro Dios lleva los cielos como un manto y también habita los otros seis extensos universos. Él es supremo sobre todo y en todos. Imploramos el perdón del Señor por todas nuestras transgresiones contra nuestros semejantes; y exculpamos a nuestro amigo del mal que nos ha hecho. Nuestro espíritu aborrece todo mal; por tanto, oh Señor, líbranos de toda mancha de pecado. Oramos a Dios como consolador, protector y salvador—el que nos ama.
«El espíritu del Guardián Universal entra en el alma de la criatura simple. Es sabio el hombre que adora al Dios Único. Los que se esfuerzan por llegar a la perfección deben ciertamente conocer al Supremo Señor. Nunca teme el que conoce la bendita seguridad del Supremo, porque el Supremo dice a los que le sirven, ‘No temáis porque estoy con vosotros’. El Dios de la providencia es nuestro Padre. Dios es la verdad. Y es el deseo de Dios que sus criaturas lo comprendan, que lleguen a conocer plenamente la verdad. La verdad es eterna; sostiene el universo. Nuestro deseo supremo será unirnos con el Supremo. El Gran Controlador es el generador de todas las cosas, todo evoluciona de él. He aquí la suma del deber: que ningún hombre haga a otro lo que a él le repugnaría; no abriguéis malicia, no castiguéis al que os castiga, conquistad la ira con la misericordia, y disipad el odio con la benevolencia. Todo esto debemos hacer porque Dios es un amigo generoso y un padre misericordioso que hace remisión de todas nuestras ofensas terrenales.
«Dios es nuestro Padre, la tierra es nuestra madre, y el universo es nuestra cuna. Sin Dios el alma está prisionera; conocer a Dios libera el alma. Por la meditación sobre Dios, por la unión con él, viene la liberación de las ilusiones del mal y la salvación última de todas las cadenas materiales. Cuando el hombre enrolle el espacio como una pieza de cuero, entonces llegará el fin del mal porque el hombre ha encontrado a Dios. ¡Oh Dios sálvanos de la triple ruina del infierno: la lujuria, la ira, y la avaricia! ¡Oh alma, prepárate para la lucha espiritual de la inmortalidad! Cuando llegue el fin de la vida mortal, no titubees en abandonar este cuerpo en pos de una forma más apropiada y hermosa y para despertar en el reino del Supremo e Inmortal, allí donde no hay ni temor, ni pena, ni hambre, ni sed, ni muerte. Conocer a Dios es cortar las ataduras de la muerte. El alma que conoce a Dios se eleva en el universo como la crema aparece sobre la superficie de la leche. Adoramos a Dios el hacedor de todo, la Gran Alma, que por siempre tiene su asiento en el corazón de sus criaturas. Los que saben que Dios está entronizado en el corazón humano están destinados a hacerse semejantes a él—inmortales. El mal debe quedar atrás en este mundo, pero la virtud sigue al alma a los cielos.
«Sólo es el protervo el que dice: El universo no tiene ni verdad ni gebernante; tan sólo fue concebido para satisfacer nuestra lujuria. Estas almas son engañadas por la mezquindad de su mente. Por eso se abandonan a los placeres de la lujuria y privan a sus almas del gozo de la virtud y de los placeres de la rectitud. ¿Qué puede ser más grande que el experimentar la salvación a partir del pecado? El hombre que ha visto al Supremo es inmortal. Los amigos carnales del hombre no pueden sobrevivir la muerte; sólo la virtud anda con el hombre en su viaje hacia los campos jubilosos y soleados del Paraíso».