Por esta época había bastante agitación, especialmente en Jerusalén y en Judea, a favor de una rebelión contra el pago de los impuestos a Roma. Estaba surgiendo un fuerte partido nacionalista, que al poco tiempo se llamaría el partido de los zelotes. Los zelotes, a diferencia de los fariseos, no estaban dispuestos a esperar la llegada del Mesías, sino que proponían resolver la situación mediante una revuelta política.
Desde Jerusalén llegó un groupo de organizadores a Galilea, y encontraron un terreno fértil para sus ideas hasta que llegaron a Nazaret. Cuando visitaron a Jesús, él los escuchó atentamente y les hizo muchas preguntas, pero rehusó incorporarse al partido. Se negó a explicar en detalle todos los motivos de esta decisión, y su actitud influyó sobre muchos de sus jóvenes amigos nazarenos que tampoco quisieron afiliarse.
María hizo lo que pudo para inducirle a afiliarse, pero no hubo caso de convencerle. Hasta llegó a insinuar María que su actitud al negarse a abrazar la causa nacionalista como ella se lo pedía equivalía a una insubordinación, una violación de la promesa que él había hecho a su regreso de Jerusalén de que obedecería a sus padres; pero en respuesta a esta insinuación, él se limitó a apoyar una mano con ternura sobre su hombro y mirándola a los ojos le dijo: «Madre mía, ¿no te da vergüenza?», y María se desdijo inmediatamente.
Uno de los tíos de Jesús (Simón, el hermano de María) ya se había unido al grupo, llegando a convertirse con el tiempo en oficial de la división galilea, lo cual dio lugar a que se produjera cierto distanciamiento entre Jesús y su tío durante varios años.
Pero en Nazaret se estaba levantando una verdadera tormenta. La actitud de Jesús en estos asuntos había traído como resultado una división entre los jóvenes judíos de la ciudad. Aproximadamente la mitad se había incorporado a la organización nacionalista, y la otra mitad formó un grupo de oposición de patriotas más moderados, con la idea de que Jesús asumiera el liderazgo. Mucho se asombraron cuando rehusó el honor que le ofrecían, presentando como excusa sus pesadas obligaciones familiares, lo cual todos ellos admitieron. Pero la situación se complicó aún más cuando poco después, Isaac, un judío rico, prestamista de los gentiles, propuso comprometerse a mantener a la familia de Jesús si abandonaba sus herramientas de trabajo y asumía el liderazgo de estos patriotas de Nazaret.
Jesús, que por ese entonces contaba apenas diecisiete años, tuvo que enfrentarse con una de las situaciones más difíciles y delicadas de su joven vida. Siempre es difícil para un líder espiritual tomar partido en los asuntos y sentimientos patrióticos, especialmente cuando éstos están complicados con un sistema opresor extranjero que recauda impuestos; en este caso la situación era doblemente difícil debido a la implicación de la religión judía misma en toda esta agitación contra Roma.
La posición de Jesús se vio aun más dificultada porque su madre, su tío e incluso su hermano menor Santiago, lo instaban a abrazar la causa nacionalista. El mejor elemento judío de Nazaret ya se había afiliado, y los jóvenes que aún no se habían incorporado al movimiento lo harían con toda seguridad al instante que Jesús cambiara de opinión. Contaba Jesús con un solo consejero sensato en todo Nazaret, su antiguo maestro, el chazán, que lo asesoró sobre cómo responder al consejo de ciudadanos de Nazaret cuando viniera a pedirle una respuesta a la demanda pública que se había hecho. En toda la juventud de Jesús, fue ésta la primera vez cuando tuvo que recurrir conscientemente a la estrategia pública. Hasta ese entonces, siempre había confiado en la técnica de la verdad lisa y llana para esclarecer cualquier situación, pero en este caso no podía declarar la plena verdad. No podía sugerir que era algo más que tan sólo un hombre; no podía revelar su idea de la misión que le aguardaba para cuando alcanzara una edad más madura. Pese a estas limitaciones, su fidelidad religiosa y su lealtad nacional se vieron directamente confrontadas. Su familia se encontraba perturbada, sus jóvenes amigos divididos, el pueblo judío de todo Nazaret estaba presa de gran agitación. ¡Y pensar que él era el culpable de todo! ¡Cuán lejos de sus intenciones crear problemas de cualquier clase; aún menos este disturbio!
Había que hacer algo. Tenía que aclarar su posición; así lo hizo, con coraje y diplomáticamente, para satisfacción de muchos, aunque no de todos. Se adhirió él a los términos de su argumento original, declarando que su primer deber era para con su familia, que una madre viuda y ocho hermanos y hermanas necesitaban algo más que lo que pudiera comprar el dinero—las necesidades físicas de la vida– que tenían derecho a los cuidados y al apoyo de un padre, y que con la conciencia limpia no podía eximirse de la obligación que un cruel accidente había arrojado sobre sus hombros. Elogió a su madre y a su segundo hermano que estaban dispuestos a exonerarlo de esa responsabilidad, pero reiteró que la lealtad a su padre muerto le impedía abandonar a la familia a pesar de que se donase dinero para su sostén material, e hizo la inolvidable afirmación de que «el dinero no puede amar». En el curso de esta declaración Jesús hizo varias referencias veladas a la «misión de su vida», pero explicó que, fuera o no dicha misión compatible con la acción militar, había sido puesta de lado juntamente con otros intereses de su vida, para poder cumplir fielmente con las obligaciones para con su familia. En Nazaret todos sabían que Jesús era un buen padre para su familia; siendo además éste un asunto tan allegado a los sentimientos de todo judío de noble espíritu, encontró la súplica de Jesús una respuesta apreciativa en el corazón de muchos de entre ellos que le escucharon. Otros corazones menos sensibles fueron cautivados por un discurso de Santiago, que no estaba en el programa, pero que fue pronunciado en ese momento. El chazán se lo había hecho ensayar a Santiago ese mismo día—pero lo habían mantenido en secreto.
Santiago declaró que estaba seguro de que Jesús estaría dispuesto a colaborar para la liberación de su pueblo si él (Santiago) tuviera la edad suficiente para hacerse cargo de la familia; que, si consentían en permitir que Jesús permaneciera «con nosotros, como nuestro padre y maestro, la familia de José os dará, no ya tan sólo un dirigente, sino también cinco nacionalistas leales, porque ¿acaso no hay cinco varones entre nosotros, prontos para crecer, guiados por nuestro hermano-padre, y ponernos al servicio de nuestra nación?» De este modo pudo el muchacho llevar a feliz término esa situación tan tensa y amenazadora.
Se había superado la crisis por el momento; pero el incidente no se olvidó jamás en Nazaret. La agitación persistía; Jesús ya no contaba con el favor universal; la diferencia de sentimientos no llegó nunca a superarse del todo. Este hecho, combinado más tarde con otros acontecimientos, fue uno de los motivos principales por los cuales años después Jesús se mudó a Capernaum. De ahí en adelante los sentimientos sobre el Hijo del Hombre en Nazaret permanecerían divididos.
Ese año Santiago terminó sus estudios en la escuela y comenzó a trabajar jornada completa en la carpintería. Se había vuelto muy diestro en el uso de las herramientas y se hizo cargo de la fabricación de los yugos y arados mientras que Jesús se dedicaba a los trabajos de ebanistería y de marquetería para la construcción.
Durante este año pudo Jesús hacer grandes progresos en la organización de su mente. Gradualmente había logrado unir su naturaleza humana con su naturaleza divina llevando a cabo esta ardua organización intelectual por la fuerza de sus propias decisiones y con la ayuda única de su Monitor residente, Monitor semejante al que todos los mortales normales de todos los mundos de postdispensación del Hijo llevan dentro de su mente. Hasta ahora nada sobrenatural había ocurrido en la carrera de este joven, excepto la visita de un mensajero enviado por su hermano mayor Emanuel, que una vez se le apareció en Jerusalén durante la noche.