Éste fue el año en que el muchacho de Nazaret pasó de la niñez a la adolescencia, el comienzo de la edad adulta; su voz empezó a cambiar y otros rasgos mentales y físicos evidenciaron el advenimiento del estado adulto.
Durante la noche del domingo del 9 de enero del año 7 d. de J.C. nació su hermanito Amós. Judá aún no contaba dos años de edad, y su hermanita Ruth aún no había nacido. Se ve pues que Jesús tenía una familia numerosa de niños pequeños que quedaron a su cuidado cuando, el año siguiente, su padre murió en un accidente.
Promediaba el mes de febrero cuando Jesús estuvo humanamente seguro de que estaba destinado a realizar una misión sobre la tierra para el esclarecimiento del hombre y la revelación de Dios. Decisiones fundamentales y planes de gran envergadura se estaban formando en la mente de este joven que parecía exteriormente un muchacho judío común de Nazaret. La vida inteligente de todo Nebadon contemplaba fascinada y maravillada lo que había empezado a desarrollar en el pensamiento y las acciones de este hijo adolescente de un carpintero.
El primer día de la semana, el 20 de marzo del año 7 d. de J.C., Jesús se graduó en la escuela local de la sinagoga de Nazaret. Era un día muy importante en la vida de toda familia judía ambiciosa, el día en que el hijo primogénito era nombrado «hijo de los mandamientos» y el primogénito rescatado del Señor Dios de Israel un «hijo del Altísimo» y siervo del Señor para toda la tierra.
El viernes de la semana anterior, José había regresado de Séforis donde estaba trabajando en una nueva obra pública, para presenciar esta ocasión feliz. El maestro de Jesús creía firmemente que este alumno alerta y diligente estaba destinado a una carrera distinguida, a una misión importante. Los ancianos, a pesar de los problemas con las tendencias no conformistas de Jesús, estaban muy orgullosos del muchacho y ya hacían planes para que pudiera ir a Jerusalén y continuar su educación en las renombradas academias hebreas.
Jesús oía de vez en cuando las discusiones relativas a estos planes, y se convencía cada vez más de que nunca iría a Jerusalén para estudiar con los rabinos. Pero no podía imaginarse la inminente tragedia que le haría abandonar todos esos planes, pues tendría que asumir la responsabilidad de mantener y guiar a su numerosa familia, que en ese momento consistía en cinco hermanos y tres hermanas además de él y su madre. Jesús tuvo una experiencia más amplia y prolongada en la crianza de su familia que la que tuvo José, su padre; y vivió de acuerdo con los principios que subsiguientemente estableciera para sí mismo: ser un maestro y hermano mayor sabio, paciente, comprensivo y eficaz dentro de esta familia—su familia– tan repentinamente afligida por el dolor y tan inesperadamente acongojada.