José era hombre de temperamento dulce, extremadamente escrupuloso, y en todos los aspectos fiel a las convenciones y prácticas religiosas de su pueblo. Hablaba poco pero pensaba mucho. La dura condición del pueblo judío apenaba a José. En su juventud, conviviendo con sus ocho hermanos y hermanas, había sido de carácter más alegre, pero durante los primeros años de su vida matrimonial (durante la niñez de Jesús) sufrió períodos de leve desaliento espiritual. Estas manifestaciones temperamentales se habían mejorado considerablemente poco antes de su muerte prematura; y después de que la situación económica de su familia había mejorado por su progreso de carpintero a próspero contratista.
El temperamento de María era casi opuesto al de su marido. Usualmente alegre, siempre de buen talante y dispuesta, raramente se dejaba dominar por la depresión. María expresaba libre y frecuentemente sus sentimientos emocionales y no se la vio nunca triste hasta después de la muerte súbita de José. Apenas si se había recuperado de este golpe cuando hubo de enfrentar las ansiedades y dudas que surgían de la extraordinaria carrera de su hijo mayor, quien tan rápidamente se estaba desarrollando ante sus ojos asombrados. Pero durante toda esta experiencia inusitada, María se mantuvo serena y animosamente demostró buen tino en sus relaciones con su hijo mayor, que era extraño y difícil de comprender, así como también con sus hermanos y hermanas sobrevivientes.
Jesús había heredado de su padre su dulzura extraordinaria y su maravillosa comprensión de la naturaleza humana; y de su madre sus grandes dones didácticos y su extraordinaria capacidad de indignación recta frente a las injusticias. Emotivamente Jesús reaccionaba a veces al medio ambiente de su vida adulta como su padre, mostrándose meditabundo y adorador y a veces parecía triste; pero más a menudo actuaba de la manera optimista y decidida de su madre. En general el temperamento de María trató de dominar la carrera del Hijo divino durante su crecimiento y sus pasos importantísimos hacia la edad adulta. En ciertos aspectos Jesús combinaba los rasgos de sus padres; en otros, los rasgos de uno de ellos predominaban sobre los del otro.
De José derivó Jesús su conocimiento estricto sobre el uso de las ceremonias judías y su conocimiento poco común de las escrituras hebreas; de María derivó un punto de vista más amplio de la vida religiosa y un concepto más liberal de la libertad espiritual personal.
Las familias de José y de María eran muy instruidas para su tiempo. José y María poseían instrucción muy por encima del promedio para su tiempo y posición social. Él era un pensador; ella sabía planear, era experta en adaptarse y práctica en la ejecución inmediata. José era trigueño de ojos negros; María, rubia oscura de ojos pardos.
Si José hubiera vivido, sin lugar a dudas hubiera llegado a ser un firme creyente en la misión divina de su hijo mayor. María alternaba entre la fe y la duda, influída grandemente por las opiniones expresadas de sus otros hijos, de sus amigos y parientes, pero en último término su fe se veía constantemente fortalecida por el recuerdo de la aparición de Gabriel inmediatamente después de la concepción de su hijo.
María era una tejedora experta y en casi todas las artes hogareñas, más hábil que el promedio de su época; era una excelente ama de casa. Tanto José como María eran buenos maestros, y se aseguraron de que sus hijos e hijas fueran bien instruídos en las enseñanzas de esos tiempos.
Cuando José era joven, fue contratado por el padre de María, para construir una adición a la casa. Allí se conocieron José y María, cuando ésta le llevó una taza de agua para el almuerzo; allí comenzó la relación de esta pareja que estaba destinada a ser los padres de Jesús.
José y María se casaron de acuerdo con las costumbres judías, en la casa de María en las afueras de Nazaret, cuando José contaba veintiún años de edad. Esta boda fue la culminación de un noviazgo normal de casi dos años. Poco tiempo después se mudaron a su nueva casa en Nazaret, que había sido construida por José con la ayuda de dos de sus hermanos. La casa estaba ubicada al pie de una elevación que dominaba un bello paisaje. La joven pareja se preparaba para recibir en esta casa, alistada con tanto amor, al hijo prometido, sin saber que este acontecimiento de gran importancia para un universo ocurriría lejos de su hogar, en Belén de Judea.
La mayor parte de la familia de José se convirtieron en creyentes de las enseñanzas de Jesús, pero muy pocos de los parientes de María creyeron en él hasta después de su partida de este mundo. José se inclinaba más hacia el concepto espiritual del Mesías esperado, mientras que María y su familia, en particular su padre, mantenían la idea de un Mesías como el liberador temporal y gobernante político. Los antepasados de María se habían identificado notoriamente con las actividades de los Macabeos de ese entonces, de los tiempos recientes.
José sostenía preceptos de la tendencia oriental o de Babilonia dentro de la religión judía; María por otra parte tenía una visión más liberal y amplia, occidental o helenística de la ley y de los profetas.