La función de la voluntad del Creador y de la voluntad de la criatura, en el gran universo, opera dentro de los límites y de acuerdo con las posibilidades establecidas por los Arquitectos Maestros. Esta preordenación de estos límites máximos no limita, sin embargo, en lo más mínimo la soberanía de la voluntad de la criatura dentro de estas fronteras. Tampoco constituye el preconocimiento último—con la plena libertad de toda elección finita– una abrogación de la volición finita. Un ser humano maduro y con visión podría tal vez pronosticar en forma más precisa la decisión de un asociado más joven, pero este preconocimiento no quita nada de la libertad y autenticidad de la decisión misma. Los Dioses han sabiamente limitado la gama de acción de la voluntad inmadura, pero ésta es sin embargo voluntad auténtica dentro de estos límites definidos.
Aun la correlación suprema de toda elección pasada, presente y futura, no invalida la autenticidad de estas elecciones. Más bien indica la tendencia preordenada del cosmos y sugiere preconocimiento de aquellos seres volitivos que van, o no, a elegir volverse partes contributivas de la actualización experiencial de toda realidad.
El error en la elección finita está ligado al tiempo y limitado a éste. Puede existir sólo en el tiempo y dentro de la presencia evolutiva del Ser Supremo. Tal elección errónea es posible en el tiempo e indica (además de la incompletez del Supremo) esa cierta gama de elección con la cual han de estar dotadas las criaturas inmaduras para disfrutar de la progresión universal al hacer un contacto por libre albedrío con la realidad.
El pecado en el espacio condicionado por el tiempo prueba claramente la libertad temporal—aún la licencia– de la voluntad finita. El pecado ilustra la inmadurez deslumbrada por la libertad de la voluntad relativamente soberana de la personalidad, que al mismo tiempo no es capaz de percibir las obligaciones y deberes supremos de la ciudadanía cósmica.
La iniquidad en los dominios finitos revela la realidad transitoria de todo yo no identificado con Dios. Sólo cuando una criatura se identifica con Dios se vuelve verdaderamente real en los universos. La personalidad finita no es autocreada, pero en la arena superuniversal de elección autodetermina su destino.
El otorgamiento de la vida hace que los sistemas de energía material sean capaces de autoperpetuación, autopropagación y autoadaptación. La dotación de personalidad imparte a los organismos vivos las prerrogativas ulteriores de la autodeterminación, autoevolución y autoidentificación con un espíritu de Deidad, capaz de fusión.
Las cosas vivas subpersonales indican que la mente puede activar la energíamateria, primero en forma de controladores físicos y luego como espíritus ayudantes de la mente. La dotación de la personalidad proviene del Padre e imparte prerrogativas únicas de elección al sistema viviente. Pero si la personalidad tiene la prerrogativa de ejercer la elección volitiva de la identificación con la realidad, y si esto es una elección verdadera y libre, entonces la personalidad en evolución también debe tener la opción de elegir volverse autoconfusa, autodesorganizadora y autodestructiva. No se puede evitar la posibilidad de la autodestrucción cósmica si la personalidad en evolución ha de ser verdaderamente libre en el ejercicio de la voluntad finita.
Por lo tanto hay mayor seguridad si se aminoran los límites de la elección de la personalidad a través de los niveles más bajos de la existencia. La elección se vuelve cada vez más liberada a medida que se asciende en los universos; la elección eventualmente aproxima la libertad divina cuando la personalidad ascendente alcanza divinidad de estado, supremacía de consagración a los propósitos del universo, llenura del logro de la sabiduría cósmica y alcanza finalidad de identificación de la criatura con la voluntad y el camino de Dios.