Los errores de la mente mortal y las equivocaciones de la conducta humana pueden atrasar marcadamente la evolución del alma, aunque no pueden inhibir dicho fenómeno morontial una vez que éste haya sido iniciado por el Ajustador residente con el consentimiento de la voluntad de la criatura. Pero en cualquier momento, previamente a la muerte mortal, esta misma voluntad material y humana tiene el poder de rescindir dicha elección y rechazar la supervivencia. Aun después de la supervivencia el mortal ascendente aún retiene esta prerrogativa de elección de rechazo de la vida eterna; en cualquier momento antes de la fusión con el Ajustador la criatura en evolución y en ascensión puede elegir abandonar la voluntad del Padre del Paraíso. La fusión con el Ajustador señala el hecho de que el mortal ascendente ha elegido perdurablemente, y sin ninguna reserva, a hacer la voluntad del Padre.
Durante la vida en la carne, el alma en evolución tiene la posibilidad de reforzar las decisiones supermateriales de la mente mortal. Siendo supermaterial, el alma no funciona por sí misma en el nivel material de la experiencia humana. Tampoco puede esta alma subespiritual, sin la colaboración de algún espíritu de la Deidad, tal como el Ajustador, funcionar por encima del nivel morontial. Tampoco toma el alma las decisiones finales hasta que la muerte o la traslación al cielo la divorcien de la asociación material con la mente mortal, excepto cuando y si esta mente material delega dicha autoridad, libremente y de buena gana, a dicha alma morontial de función asociada. Durante la vida la voluntad mortal, el poder de la personalidad de decisión y elección reside en los circuitos materiales de la mente; a medida que procede el crecimiento mortal terrestre, este yo, con sus invalorables poderes de elección, se vuelve cada vez más identificado con la entidad emergente alma morontial; después de la muerte y después de la resurrección en el mundo de estancia, la personalidad humana está completamente identificada con el yo morontial. El alma, de este modo, es el embrión del futuro vehículo morontial de la identidad de la personalidad.
Al principio, esta alma inmortal, es de naturaleza totalmente morontial, pero posee tal capacidad de desarrollo que invariablemente asciende a los niveles de verdadero espíritu de valor de fusión con los espíritus de la Deidad, generalmente con el mismo espíritu del Padre Universal que inició tal fenómeno creador en la mente de la criatura.
Tanto la mente humana como el Ajustador divino están conscientes de la presencia y de la naturaleza diferencial del alma en evolución—el Ajustador plenamente, la mente parcialmente. El alma se vuelve cada vez más consciente tanto de la mente como del Ajustador como identidades asociadas, proporcionalmente a su propio crecimiento evolucionario. El alma comparte las cualidades tanto de la mente humana como del espíritu divino, pero persistentemente evoluciona hacia el aumento del control espiritual y del dominio divino a través de la acción de fomentar una función de la mente cuyos significados tratan de coordinar con el verdadero valor espiritual.
La carrera mortal, la evolución del alma, es no tanto un período de prueba como un período de capacitación. La fe en la supervivencia de los valores supremos es el corazón de la religión; la experiencia religiosa genuina consiste en la unión de los valores supremos y de los significados cósmicos como una realización de la realidad universal.
La mente conoce cantidad, realidad y significados. Pero la cualidad—los valores– se sienten. Lo que siente es la creación mutua de la mente, que sabe, y del espíritu asociado, que la hace real.
Siempre y cuando el alma morontial evolutiva del hombre se satura de verdad, belleza y bondad como valor-realización de la conciencia acerca de Dios, el ser resultante se volverá indestructible. Si no hay supervivencia de los valores eternos en el alma evolutiva del hombre, entonces la existencia mortal no tiene significado, y la vida misma es una ilusión trágica. Pero es por siempre verdad: lo que comenzáis en el tiempo, terminaréis indudablemente en la eternidad—si es que vale la pena terminarlo.