La más alta prueba de la realidad y eficacia de la religión consiste en el hecho de la experiencia humana; osea, que el hombre, naturalmente temeroso y sospechoso, dotado de un fuerte instinto innato de autopreservación y del deseo de supervivencia después de la muerte, desea confiar plenamente los intereses más profundos de su presente y de su futuro a la protección y dirección de ese poder y persona designado por su fe como Dios. Ésa es la verdad central de toda religión. En cuanto a qué ese poder o persona exige del hombre para cuidarlo y finalmente salvarlo, no hay dos religiones que concuerden; de hecho, todas ellas están en mayor o menor desacuerdo.
En cuanto al estado de cualquier religión en la escala evolucionaria, se la podrá juzgar de la mejor manera por sus juicios morales y sus normas éticas. Cuanto más alto sea el tipo de una religión, más alienta y está alentada por una moralidad social y cultura ética en constante mejora. No podemos juzgar la religión por el estado de su civilización acompañante; es mejor estimar la verdadera naturaleza de una civilización por la pureza y nobleza de su religión. Muchos de los maestros religiosos más notables del mundo fueron virtualmente analfabetos. La sabiduría del mundo no es necesaria para ejercer la fe salvadora en las realidades eternas.
La diferencia en las religiones de las distintas edades depende totalmente de la diferencia en la comprensión de la realidad que posea el hombre y de su variable reconocimiento de los valores morales, las relaciones éticas y las realidades espirituales.
La ética es el externo espejo social o racial que refleja fielmente el progreso por otra parte no observable de los desarrollos espirituales y religiosos internos. El hombre siempre ha pensado en Dios en términos de lo mejor que sabía, de sus ideas más profundas y sus ideales más elevados. Aun la religión histórica siempre ha creado sus conceptos de Dios a partir de sus valores reconocidos más elevados. Toda criatura inteligente otorga el nombre de Dios a lo más alto y mejor que conoce.
La religión, cuando se reduce a los términos de la razón y de la expresión intelectual, siempre se ha atrevido a criticar la civilización y el progreso evolucionario, juzgándolos por sus propias normas de cultura ética y progreso moral.
Aunque la religión personal precede a la evolución de la moral humana, lamentablemente hemos de decir que la religión institucional invariablemente se ha mantenido a la retaguardia de las costumbres lentamente cambiantes de las razas humanas. La religión organizada ha demostrado ser conservadoramente atrasada. Los profetas generalmente han conducido a los pueblos hacia el desarrollo religioso; los teólogos generalmente los han frenado. La religión, siendo un asunto de experiencia interior o personal, no puede jamás desarrollarse en forma muy avanzada respecto de la evolución intelectual de las razas.
Pero la religión no se halla nunca enaltecida por una llamada a lo así denominado milagroso. La búsqueda de milagros se remonta a las religiones primitivas de la magia. La verdadera religión nada tiene que ver con los así llamados milagros, y la religión revelada no se apoya jamás en los milagros como prueba de autoridad. La religión está por siempre y para siempre arraigada y plantada en la experiencia personal. Y vuestra religión más elevada, la vida de Jesús, fue precisamente una experiencia personal: el hombre, el hombre mortal, que busca a Dios y lo encuentra plenamente en el curso de una corta vida en la carne, mientras que en la misma experiencia humana figuraba Dios que busca al hombre y lo encuentra en la plena satisfacción del alma perfecta de la supremacía infinita. Eso es religión, aún la más elevada que se haya revelado hasta ahora en el universo de Nebadon: la vida terrestre de Jesús de Nazaret.
[Presentado por un Melquisedek de Nebadon.]
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