La deficiencia intelectual o la pobreza de adiestramiento inevitablemente dificultan los logros religiosos más elevados, porque un ambiente así empobrecido de naturaleza espiritual roba a la religión su principal canal de contacto filosófico con el conocimiento del mundo científico. Los factores intelectuales de la religión son importantes, pero su desarrollo excesivo es del mismo modo a veces una dificultad y un obstáculo. La religión debe laborar continuamente bajo una necesidad paradójica: la necesidad de hacer uso eficaz del pensamiento, descartando al mismo tiempo la utilidad espiritual de todo proceso de pensamiento.
La especulación religiosa es inevitable, pero siempre perjudicial; la especulación invariablemente falsifica su objeto. La especulación tiende a traducir la religión en algo material o humanista, y así, mientras que interfiere directamente con la claridad del pensamiento lógico, indirectamente hace que la religión aparezca como una función del mundo temporal, el mismo mundo frente al cual debería estar constantemente en contraste. Por lo tanto, la religión siempre será caracterizada por paradojas, las paradojas que provienen de la ausencia de una conexión experiencial entre el nivel material y el nivel espiritual del universo—mota morontial, la sensibilidad superfilosófica para el discernimiento de la verdad y la percepción de la unidad.
Los sentimientos materiales, las emociones humanas, conducen directamente a las acciones materiales, a los actos egoístas. El discernimiento religioso, las motivaciones espirituales, conducen directamente a las acciones religiosas, los actos altruistas de servicio social y benevolencia altruista.
El deseo religioso es la búsqueda hambrienta de la realidad divina. La experiencia religiosa es la realización de la conciencia de haber encontrado a Dios. Y cuando un ser humano encuentra a Dios, experimenta en el alma una indescriptible inquietud de triunfo en el descubrimiento de que se ve impulsado a perseguir el contacto de servicio amante con sus semejantes menos iluminados, no para revelar que ha encontrado a Dios, sino más bien para permitir que el desborde de eterna bondad que rebasa su propia alma, refresque y ennoblezca a sus semejantes. La verdadera religión conduce a un mayor servicio social.
La ciencia, el conocimiento, conduce a la conciencia de los hechos; la religión, la experiencia, conduce a la conciencia de los valores; la filosofía, la sabiduría, conduce a la conciencia coordinada; la revelación (el sustituto de mota morontial) conduce a la conciencia de la verdadera realidad; mientras que la coordinación de la conciencia de hecho, valor y verdadera realidad constituye el conocimiento de la realidad de la personalidad, el máximo del ser, juntamente con la creencia en la posibilidad de la supervivencia de esa misma personalidad.
El conocimiento conduce a la categorización de los hombres, da origen a las capas y castas sociales. La religión conduce al servicio de los hombres, creando de esta manera la ética y el altruismo. La sabiduría conduce a una mejor y más elevada fraternidad, tanto de las ideas como con los semejantes. La revelación libera a los hombres y los impulsa hacia la aventura eterna.
La ciencia clasifica a los hombres; la religión ama a los hombres, aún como a ti mismo; la sabiduría hace justicia a los hombres diferentes; pero la revelación glorifica al hombre y revela su capacidad de asociarse con Dios.
La ciencia intenta vanamente crear la hermandad de la cultura; la religión produce la hermandad del espíritu. La filosofía intenta llegar a la hermandad de la sabiduría; la revelación retrata la hermandad eterna, el Cuerpo de Finalistas del Paraíso.
El conocimiento produce orgullo en el hecho de la personalidad; la sabiduría es la conciencia del significado de la personalidad; la religión es la experiencia del conocimiento del valor de la personalidad; la revelación es la seguridad de la supervivencia de la personalidad.
La ciencia trata de identificar, analizar y clasificar las porciones segmentadas del cosmos ilimitado. La religión capta la idea del todo, el entero cosmos. La filosofía intenta la identificación de los segmentos materiales de la ciencia con el concepto de discernimiento espiritual del todo. Allí donde la filosofía fracasa en este intento, la revelación triunfa, afirmando que el círculo cósmico es universal, eterno, absoluto e infinito. Este cosmos del Infinito YO SOY es por lo tanto sin fin, sin límites, y lo comprende todo—sin tiempo, sin espacio e incualificado. Somos testigos de que el Infinito YO SOY es también el Padre de Micael de Nebadon y el Dios de la salvación humana.
La ciencia indica la Deidad como hecho; la filosofía presenta la idea de un Absoluto; la religión visualiza a Dios como personalidad espiritual amante. La revelación afirma la unidad del hecho de la Deidad, la idea del Absoluto, y la personalidad espiritual de Dios y además presenta este concepto como nuestro Padre—el hecho universal de la existencia, la idea eterna de la mente y el espíritu infinito de la vida.
El perseguimiento del conocimiento constituye la ciencia; la búsqueda de la sabiduría es la filosofía; el amor de Dios es la religión; el hambre de la verdad es una revelación. Pero es el Ajustador del Pensamiento residente quien otorga el sentimiento de realidad al discernimiento espiritual del hombre en cuanto al cosmos.
En la ciencia, la idea precede a la expresión de su realización; en la religión, la experiencia de la realización precede a la expresión de la idea. Existe una vasta diferencia entre la voluntad evolucionaria de creer y el producto de la razón esclarecida, el discernimiento religioso y la revelación—la voluntad que cree.
En la evolución, la religión frecuentemente conduce al hombre a crear su concepto de Dios; la revelación exhibe el fenómeno de Dios fomentando la evolución del hombre, mientras que en la vida terrestre de Cristo Micael contemplamos el fenómeno de Dios que se revela a sí mismo ante el hombre. La evolución tiende a hacer a Dios a semejanza del hombre; la revelación tiende a hacer al hombre a semejanza de Dios.
La ciencia tan sólo se satisface con causas primeras, la religión con una personalidad suprema, y la filosofía con la unidad. La revelación afirma que estas tres cosas son una, y que todas son buenas. El real eterno es el bien del universo y no las ilusiones temporales del mal del espacio. En la experiencia espiritual de todas las personalidades, es siempre verdad que lo real es bueno y lo bueno es real.