La tarea del Ajustador del Pensamiento constituye la explicación de la traducción del sentido del deber primitivo y evolucionario del hombre en una fe más elevada y más certera en las realidades eternas de la revelación. En el corazón del hombre debe existir hambre de perfección para que éste sea capaz de comprender los caminos de la fe hasta el logro supremo. Si un hombre elige hacer la voluntad divina, conocerá el camino de la verdad. Es literalmente verdad que «hay que conocer a las cosas humanas para poderlas amar, pero las cosas divinas deben ser amadas para poderlas conocer». Las dudas honestas y las preguntas sinceras no son pecado; estas actitudes simplemente demuestran un atraso en el viaje progresivo hacia el logro de la perfección. La confianza inocente del niño asegura al hombre el ingreso en el reino del ascenso celestial, pero el progreso depende totalmente del ejercicio vigoroso de una fe robusta y confiada del hombre adulto.
La razón de la ciencia se basa en los hechos observables del tiempo; la fe de la religión se basa en el programa espiritual de la eternidad. Lo que el conocimiento y la razón no pueden hacer por nosotros, la verdadera sabiduría nos indica que permitamos que la fe lo consiga a través de la visión religiosa y de la transformación espiritual.
Debido al aislamiento de la rebelión, la revelación de la verdad en Urantia demasiado a menudo se ha mezclado con declaraciones de ciertas cosmologías parciales y transitorias. La verdad permanece inalterada de generación en generación, pero las enseñanzas asociadas sobre el mundo físico varían de día a día y de año en año. La verdad eterna no debe ser despreciada porque se la encuentre al azar junto a ideas obsoletas sobre el mundo material. Cuanta más sepas de ciencia, menos podrás estar seguro; cuanta más religión tengas, más seguro estarás.
Las certidumbres de la ciencia proceden enteramente del intelecto; las certidumbres de la religión surgen de los cimientos mismos de la entera personalidad. La ciencia apela a la comprensión de la mente; la religión apela a la lealtad y devoción del cuerpo, la mente y el espíritu, aun de la personalidad total.
Dios es tan real y absoluto que no se pueden ofrecer signos materiales de prueba ni demostraciones de así llamados milagros como testimonio de su realidad. Siempre lo conoceremos porque confiamos en él, y nuestra creencia en él se basa totalmente en nuestra participación personal en las manifestaciones divinas de su realidad infinita.
El Ajustador del Pensamiento residente estimula infaliblemente en el alma del hombre una auténtica hambre de perfección juntamente con una vasta curiosidad que puede ser satisfecha adecuadamente tan sólo por la comunión con Dios, la fuente divina de ese Ajustador. El alma hambrienta del hombre se niega a satisfacerse con algo que sea menos que la realización personal del Dios vivo. Aunque Dios pueda ser mucho más que una personalidad moral elevada y perfecta, no puede ser menos en nuestro hambriento y finito concepto.