La religión es tan vital que persiste en ausencia de la erudición. Vive a pesar de su contaminación con cosmologías erróneas y filosofías falsas; sobrevive aun a la confusión de la metafísica. A través de todas las vicisitudes históricas de la religión y en ellas siempre persiste aquello que es indispensable para el progreso y la supervivencia humanos: la conciencia ética y moral.
La fe-visión o intuición espiritual, es la dote de la mente cósmica en asociación con el Ajustador del Pensamiento, que constituye el don del Padre para el hombre. La razón espiritual, la inteligencia del alma, es la dote del Espíritu Santo, el don del Espíritu Creativo al hombre. La filosofía espiritual, la sabiduría de las realidades espirituales, es la dote del Espíritu de la Verdad, el don combinado de los Hijos autootorgadores a los hijos de los hombres. Y la coordinación e interasociación de estas dotes espirituales constituyen al hombre en una personalidad espiritual con un destino potencial.
Es lo que el Ajustador posee de esta misma personalidad espiritual en su forma primitiva y embrionaria lo que sobrevive a la muerte natural de la carne. Esta entidad compuesta de origen espiritual en asociación con la experiencia humana está habilitada, mediante el camino vivo previsto por los Hijos divinos, a sobrevivir (bajo la custodia del Ajustador) a la disolución del yo material de la mente y la materia cuando dicha asociación transitoria de lo material y lo espiritual se divorcia debido a la cesación del movimiento vital.
A través de la fe religiosa, el alma del hombre se revela a sí misma y demuestra la divinidad potencial de su naturaleza emergente por la forma característica en que induce a la personalidad mortal a reaccionar ante ciertas situaciones intelectuales y sociales difíciles y de prueba. La genuina fe espiritual (conciencia moral auténtica) se revela en que:
1. Ocasiona el progreso de la ética y de la moral a pesar de las tendencias animalísticas inherentes y adversas.
2. Produce una confianza sublime en la bondad de Dios aun frente a un amargo desencanto y una derrota total.
3. Genera profundo valor y confianza a pesar de la adversidad natural y la calamidad física.
4. Exhibe un aplomo inexplicable y una tranquilidad constante a pesar de la presencia de enfermedades desconcertantes y aun de sufrimiento físico agudo.
5. Mantiene un aplomo misterioso y un equilibrio de la personalidad frente al maltrato y las injusticias más flagrantes.
6. Mantiene una confianza divina en la victoria final a pesar de las crueldades de un hado aparentemente ciego y de la aparente indiferencia total al bienestar humano de las fuerzas naturales.
7. Persiste en la creencia indestructible en Dios a pesar de todas las demostraciones contrarias de la lógica y resiste con éxito todos los demás sofismas intelectuales.
8. Continúa exhibiendo una fe infalible en la supervivencia del alma a pesar de las enseñanzas engañosas de la ciencia falsa y de los delirios persuasivos de una filosofía defectuosa.
9. Vive y triunfa a pesar del peso demoledor de las civilizaciones complejas y parciales de los tiempos modernos.
10. Contribuye a la supervivencia continuada del altruismo a pesar del egoísmo humano, de los antagonismos sociales, las avideces industriales y los desajustes políticos.
11. Se adhiere en forma inquebrantable a la creencia sublime en la unidad universal y en la guía divina a pesar de la presencia desconcertante del mal y del pecado.
12. Continúa adorando a Dios a pesar de todo y de cada cosa. Se atreve a declarar «aunque me matare, seguiré sirviéndole».
Sabemos pues mediante tres fenómenos, que el hombre tiene un espíritu o espíritus divinos residentes en él: en primer término, por experiencia personal—la fe religiosa; en segundo término, por la revelación—personal y racial; y en tercer término, por la exhibición sorprendente de reacciones tan extraordinarias y poco naturales a su medio ambiente material como las que se ilustran en la enumeración arriba mencionada de doce actuaciones de aspecto espiritual en la presencia de tesituras reales y difíciles de la existencia humana real. Y aún hay más.
Y es precisamente tal actuación vital y vigorosa de la fe en el dominio de la religión la que da al hombre mortal derecho a afirmar la posesión personal y la realidad espiritual de esa dote coronadora de la naturaleza humana: la experiencia religiosa.