No permitáis que la magnitud de Dios, su infinitud, obscurezca ni eclipse su personalidad. «Aquel que concibió el oído, ¿no oirá? Aquel que formó el ojo, ¿no verá?» El Padre Universal es la cumbre de la personalidad divina; él es el origen y el destino de la personalidad a través de toda la creación. Dios es infinito y personal; es una personalidad infinita. El Padre es verdaderamente una personalidad, a pesar de que la infinitud de su persona le coloca por siempre fuera del alcance de la plena comprensión de los seres materiales y finitos.
Dios es mucho más que una personalidad, tal como la mente humana entiende la personalidad; él es incluso mucho más que cualquier concepto posible de una superpersonalidad. Pero es totalmente fútil discutir estos conceptos incomprensibles de la personalidad divina con las mentes de las criaturas materiales cuyo máximo concepto de la realidad del ser consiste en la idea e ideal de la personalidad. El concepto más elevado posible del Creador Universal a que tiene acceso la criatura material está contenido dentro de los ideales espirituales de la idea exaltada de la personalidad divina. Por tanto, aunque vosotros podáis saber que Dios debe ser mucho más que el concepto humano de la personalidad, igualmente conocéis bien que el Padre Universal no puede de ningún modo ser nada menos que una personalidad eterna, infinita, verdadera, buena y bella.
Dios no se oculta de ninguna de sus criaturas. Es inaccesible para tantas órdenes de seres sólo porque «mora en una luz a la que ninguna criatura material puede acercarse». La inmensidad y la grandiosidad de la personalidad divina está más allá del alcance de la mente no perfeccionada de los mortales evolucionarios. Él «mide las aguas con el hueco de su mano, mide un universo con la palma de su mano. Él es quien está sentado sobre el círculo de la tierra, quien extiende los cielos como una cortina y los despliega como un universo para morar». «Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas, quién cuenta sus mundos y a todos llama por sus nombres»; y así pues es verdad que «las cosas invisibles de Dios son parcialmente entendidas por medio de las cosas hechas». Hoy día, y tal como vosotros sois, debéis discernir al Hacedor invisible a través de su múltiple y diversa creación, así como a través de la revelación y ministración de sus Hijos y sus numerosos subordinados.
Aunque los mortales materiales no puedan ver la persona de Dios, deben regocijarse en la seguridad de que es una persona; por la fe aceptar la verdad que describe que el Padre Universal tanto amó al mundo que proporcionó a sus humildes habitantes la posibilidad de la eterna progresión espiritual; que él «se agrada de sus hijos». Dios no carece de ninguno de aquellos atributos sobrehumanos y divinos que constituyen la personalidad perfecta, eterna, amorosa e infinita del Creador.
En las creaciones locales (a excepción del personal de los superuniversos) Dios no tiene manifestaciones personales o residenciales aparte de los Hijos Creadores Paradisiacos, que son los padres de los mundos habitados y los soberanos de los universos locales. Si la fe de la criatura fuera perfecta, seguramente sabría que cuando hubiera visto a un Hijo Creador, hubiera visto al Padre Universal; al buscar al Padre, no pediría ni esperaría ver sino al Hijo. El hombre mortal simplemente no puede ver a Dios hasta lograr una transformación espiritual completada y alcanzar realmente el Paraíso.
Las naturalezas de los Hijos Creadores Paradisiacos no abarcan todas las potencialidades incalificadas de la absolutez universal de la naturaleza infinita de la Primera Gran Fuente y Centro, pero el Padre Universal está de todas maneras divinamente presente en los Hijos Creadores. El Padre y sus Hijos son uno. Estos Hijos Paradisiacos de la orden de Micael son personalidades perfectas, incluso el modelo original para todas las personalidades del universo local desde la Brillante Estrella Matutina hasta las criaturas humanas más bajas de evolución animal progresiva.
En ausencia de Dios, y con excepción de su persona excelsa y central, no habría personalidad alguna a través de todo el vasto universo de universos. Dios es personalidad.
Pese a que Dios es un poder eterno, una presencia majestuosa, un ideal trascendente, y un espíritu glorioso, aunque es todo esto e infinitamente más, es sin embargo verdadera y eternamente una personalidad perfecta de Creador, una persona que puede «conocer y ser conocida», que puede «amar y ser amada», alguien que puede mostrarnos amistad; en tanto vosotros podéis ser conocidos, así como otros seres humanos han sido conocidos, como amigos de Dios. Él es un espíritu real y una realidad espiritual.
Según vemos al Padre Universal revelarse a través de su universo; según le discernimos morando en las miríadas de sus criaturas; según le contemplamos en las personas de sus Hijos Soberanos; según seguimos percibiendo su divina presencia aquí y allá, cerca y lejos, no dudemos ni cuestionemos su primacía de personalidad. No obstante todas estas vastas distribuciones, sigue siendo una persona verdadera y mantiene sempiternamente una conexión personal con las huestes incontables de sus criaturas esparcidas por todo el universo de universos.
La idea de la personalidad del Padre Universal es un concepto ampliado y más verdadero de Dios que ha llegado a la humanidad principalmente mediante la revelación. La razón, la sabiduría y la experiencia religiosa, todas ellas deducen e implican la personalidad de Dios, pero no la validan completamente. Aun el Ajustador del Pensamiento residente es prepersonal. La verdad y la madurez de cualquier religión es directamente proporcional a su concepto de la personalidad infinita de Dios y a su aprehensión de la unidad absoluta de la Deidad. La idea de una Deidad personal llega a ser, pues, la medida de la madurez religiosa una vez que la religión haya formulado primero el concepto de la unidad de Dios.
La religión primitiva tenía muchos dioses personales, concebidos a imagen del hombre. La revelación afirma la validez del concepto de la personalidad de Dios, que es meramente posible en el postulado científico de una Primera Causa y está tan sólo provisionalmente sugerido en la idea filosófica de la Unidad Universal. Sólo mediante un acercamiento de personalidad puede una persona comenzar a comprender la unidad de Dios. Negar la personalidad de la Primera Fuente y Centro tan sólo per-mite la elección entre dos dilemas filosóficos: el materialismo o el panteísmo.
En la contemplación de la Deidad, el concepto de personalidad debe ser despojado de la idea de corporeidad. Un cuerpo material no es indispensable para la personalidad, ni en el hombre ni en Dios. El error de la corporeidad se muestra en ambos extremos de la filosofía humana: en el materialismo, puesto que el hombre pierde su cuerpo con la muerte, cesa de existir como personalidad; en el panteísmo, puesto que Dios no tiene cuerpo, no es, por consiguiente, una persona. El tipo sobrehumano de personalidad progresiva funciona en la unión de mente y espíritu.
La personalidad no es simplemente un atributo de Dios; más bien representa la totalidad de la naturaleza infinita coordinada y la voluntad divina unificada que se exhibe en la eternidad y universalidad de expresión perfecta. La personalidad, en el sentido supremo, es la revelación de Dios al universo de universos.
Dios, siendo eterno, universal, absoluto, e infinito, no crece en conocimiento ni aumenta en sabiduría. Dios no adquiere experiencia, tal como podría conjeturar o entender el hombre finito, pero disfruta, dentro de los dominios de su propia personalidad eterna, de esas continuas expansiones de autorrealización que son en cierto modo comparables y análogas a la adquisición de nueva experiencia por parte de las criaturas finitas de los mundos evolucionarios.
La perfección absoluta del Dios infinito le haría sufrir las tremendas limitaciones de la finalidad no cualificada de la perfectitud si no fuera un hecho que el Padre Universal participa directamente en el esfuerzo de la personalidad de toda alma imperfecta en el vasto universo que busca, con ayuda divina, ascender a los mundos espiritualmente perfectos en lo alto. Esta experiencia progresiva de todo ser del espíritu y de cada criatura mortal a través del universo de universos es parte de la conciencia—sempiternamente expansiva– de la Deidad del Padre, que pertenece al interminable círculo divino de autorrealización sin fin.
Es literalmente verdadero: «en todas vuestras aflicciones él se aflige». «En todos vuestros triunfos él triunfa en vosotros y con vosotros». Su espíritu divino prepersonal es una parte real de vosotros. La Isla del Paraíso responde a todas las metamorfosis físicas del universo de universos; el Hijo Eterno incluye todos los impulsos espirituales de toda la creación; el Actor Conjunto abarca toda expresión de la mente del cosmos en expansión. El Padre Universal se da cuenta en la plenitud de la conciencia divina de toda la experiencia individual de las luchas progresivas de las mentes en expansión y los espíritus ascendentes de toda entidad, ser y personalidad de toda la creación evolucionaria del tiempo y el espacio. Y todo esto es literalmente verdad, porque «en él todos vivimos y nos movemos y tenemos nuestro ser».