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Las Enseñanzas de Melquisedek en el Oriente

11. La Filosofía Budista

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El budismo entró a la China en el primer milenio después de Cristo, y se adaptó bien a las costumbres religiosas de la raza amarilla. En su adoración a los antepasados por mucho tiempo habían rezado a los muertos; ahora también podían rezar por ellos. El budismo pronto se amalgamó con las prácticas rituales residuales del taoísmo en desintegración. Esta nueva religión sintética con sus templos de adoración y ceremoniales religiosos definidos pronto se volvió el culto generalmente aceptado por los pueblos de la China, Corea y el Japón.

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Aunque en algunos aspectos es desafortunado que el budismo no haya sido llevado al mundo hasta después de que los seguidores de Gautama tanto habían pervertido las tradiciones y enseñanzas del culto como para tornar a Gautama un ser divino, sin embargo este mito de su vida humana, embellecido por una multitud de milagros, resultó muy atrayente para los oyentes del evangelio del budismo norteño o mahayanaista.

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Algunos de sus seguidores más recientes enseñaron que el espíritu de Sakyamuni Buda volvía periódicamente a la tierra como Buda viviente, abriendo así el camino para una perpetuación indefinida de imágenes, templos, rituales a Buda y de impostores supuestamente «Budas vivos». Así pues la religión del gran protestante indio finalmente terminó encontrándose en argollas con aquellas mismas prácticas ceremoniales y encantamientos ritualísticos contra los cuales había luchado tan valientemente, y que tan atrevidamente había denunciado.

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El gran avance de la filosofía budista consistió en su comprensión de la relatividad de toda verdad. A través del mecanismo de esta hipótesis los budistas han sido capaces de reconciliar y correlacionar las divergencias dentro de sus propias escrituras religiosas así como también las diferencias entre las suyas y las de otros. Se enseñaba que la pequeña verdad era para mentes pequeñas, la gran verdad para mentes grandes.

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Esta filosofía también sostenía que la naturaleza budana (divina) residía en todos los hombres; que el hombre, por medio de sus esfuerzos, podía alcanzar la realización de esta divinidad interior. Y esta enseñanza es una de las presentaciones más claras de la verdad de los Ajustadores residentes que se haya hecho jamás por una religión de Urantia.

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Pero una gran limitación del evangelio original de Siddharta, tal como fue interpretado por sus seguidores, consistió en que intentaba la liberación completa del yo humano de todas las limitaciones de la naturaleza mortal mediante la técnica de aislar al yo de la realidad objetiva. La auténtica autorrealización cósmica es el resultado de la identificación con la realidad cósmica y con el cosmos finito de la energía, la mente y el espíritu, limitados por el espacio y condicionados por el tiempo.

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Aunque las ceremonias y las observancias exteriores del budismo se volvieron burdamente contaminadas por las de las tierras a las que viajaron, esta degeneración no fue enteramente lo que ocurrió en la vida filosófica de los grandes pensadores que, de vez en cuando, abrazaron este sistema de pensamiento y creencia. A través de más de dos mil años, muchas de las mejores mentes de Asia se han concentrado en el problema de averiguar la verdad absoluta y la verdad del Absoluto.

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La evolución de un concepto elevado del Absoluto fue obtenida a través de muchos canales de pensamiento y por caminos tortuosos de razonamiento. La ascensión hacia arriba de esta doctrina de la infinidad no fue tan claramente definida como lo fue la evolución del concepto de Dios en la teología hebrea. Sin embargo, hubo ciertos niveles amplios que las mentes budistas alcanzaron, descansando sobre ellos, y cruzaron en su camino a la visualización de la Fuente Primera de los universos:

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1. La leyenda de Gautama. La base del concepto la constituía el hecho histórico de la vida y enseñanzas de Siddharta, el príncipe profeta de la India. Esta leyenda se convirtió en mito a medida que viajaba a través de los siglos y de las amplias tierras de Asia hasta que transcendió la idea de Gautama como ser esclarecido y comenzó a adoptar atributos adicionales.

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2. Los muchos Budas. Se razonaba que, si Gautama había venido a los pueblos de la India, entonces, en el pasado remoto y en el futuro remoto las razas de la humanidad forzosamente habían sido, e indudablemente serían, bendecidos con otros maestros de la verdad. Esto originó la enseñanza de que había muchos Budas, un número ilimitado e indefinido, y hasta se llegó a enseñar que cualquiera podía asp irar a volverse Buda—a alcanzar la divinidad de un Buda.

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3. El Buda absoluto. Por la época en que el número de Budas estaba llegando a la infinidad, fue necesario que las mentes de aquellos días volvieran a unificar este concepto torpe. Por consiguiente, se empezó a enseñar que todos los Budas no eran sino manifestaciones de una esencia más elevada, un Uno Eterno de existencia infinita e incualificada, una Fuente Absoluta de toda realidad. De allí en adelante, el concepto de Deidad del budismo, en su forma más elevada, se divorcia de la persona humana de Gautama Siddharta y se libera de las limitaciones antropomórficas que la han mantenido encadenada. Esta concepción final del Buda Eterno bien se puede identificar con el Absoluto, a veces aun con el infinito YO SOY.

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Aunque esta idea de la Deidad Absoluta nunca encontró gran favor popular entre los pueblos de Asia, permitió que los intelectuales de esas tierras unificaran su filosofía y armonizaran su cosmología. El concepto del Buda Absoluto es a veces casi personal, a veces totalmente impersonal—aun una fuerza creadora infinita. Dichos conceptos, aunque son útiles en la filosofía, no son vitales para el desarrollo religioso. Aun un Yahvé antropomórfico es de mayor valor religioso que un Absoluto infinitamente remoto del budismo o del brahmanismo.

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A veces se llegó a pensar que el Absoluto estaba contenido dentro del infinito YO SOY. Pero estas especulaciones constituían un frío consuelo para las multitudes hambrientas que deseaban oír palabras de promesa, escuchar el evangelio sencillo de Salem, saber que la fe en Dios consigue el favor divino y la sobrevivencia eterna.


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