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El Discurso de Despedida

2. La Vid y las Ramas

180:2.1

Luego Jesús volvió a ponerse de pie y continuó enseñando a sus apóstoles: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el viñatero. Yo soy la vid, vosotros sois las ramas. El Padre requiere de mí tan sólo que vosotros rindáis mucho fruto. La vid se poda tan sólo para multiplicar los frutos de sus ramas. Toda rama que salga de mí, que no rinda fruto, el Padre la podará. Toda rama que rinda fruto, el Padre la limpiará para que rinda más fruto. Vosotros ya sois limpios por la palabra que yo he expresado, pero debéis continuar siendo limpios. Debéis permanecer en mí, y yo en vosotros; la rama muere si se la separa de la vid. Como la rama no puede rendir fruto a menos que permanezca en la vid, así tampoco podéis vosotros rendir fruto de servicio amante a menos que permanezcáis en mí. Recordad: Yo soy la vid verdadera, y vosotros sois las ramas vivas. El que vive en mí, y yo en él, rendirá mucho fruto del espíritu y experimentará la felicidad suprema de dar esta cosecha espiritual. Si mantenéis esta relación viva espiritual conmigo, rendiréis abundante fruto. Si permanecéis en mí y mis palabras viven en vosotros, podréis comulgar libremente conmigo, y entonces mi espíritu vivo de tal manera os imbuirá que vosotros podéis pedir lo que mi espíritu desea, y hacer todo esto con la seguridad de que el Padre nos otorgará nuestra petición. Así es glorificado el Padre: que la vid tenga muchas ramas vivientes, y que cada rama rinda mucho fruto. Y cuando el mundo vea estas ramas rendidoras de frutos—mis amigos que se aman unos a otros, así como yo los amé a ellos– todos los hombres sabrán que sois verdaderamente mis discípulos.

180:2.2

«Así como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Vivid en mi amor aun como yo vivo en el amor del Padre. Si hacéis como yo os he enseñado, permaneceréis en mi amor así como yo he cumplido con la palabra del Padre y por siempre permanezco en su amor».

180:2.3

Los judíos habían enseñado desde hacía mucho tiempo que el Mesías sería «un brote de la vid» de los antepasados de David, y en conmemoración de esta antigua enseñanza un gran emblema de la uva y de su vid decoraba la entrada del templo de Herodes. Todos los apóstoles recordaron estas cosas mientras el Maestro les hablaba esta noche en el aposento superior.

180:2.4

Pero gran congoja acompañó más adelante la interpretación errónea de las inferencias del Maestro sobre la oración. Habría habido muy poca dificultad en estas enseñanzas si sus palabras exactas se hubiesen recordado y posteriormente se las hubiera registrado fielmente. Pero así como se hicieron los registros, los creyentes llegaron a considerar la oración en nombre de Jesús como una especie de magia suprema, pensando que recibirían del Padre todo lo que pidieran. Durante siglos muchas almas honestas han destruido su fe al tropezar con esta interpretación errónea. ¿Cuánto le llevará al mundo de los creyentes comprender que la oración no es un proceso para conseguir lo que uno quiere, sino más bien un programa para aceptar el camino de Dios, una experiencia de aprendizaje para reconocer y cumplir la voluntad del Padre? Es enteramente verdad que, cuando tu voluntad esté verdaderamente aliada con su voluntad podrás pedir todo lo que sea concebido por esa unión de las voluntades, y te será otorgado. Tal unión de las voluntades se efectúa por Jesús y a través de él, así como la vida de la vid fluye por las ramas vivas y a través de éstas.

180:2.5

Cuando existe esta conexión viva entre divinidad y humanidad, si la humanidad impensadamente y en forma ignorante ora para obtener comodidades egoístas y alcances vanagloriosos, tan sólo puede haber una respuesta divina: mayor rendimiento de los frutos del espíritu en las ramas vivas. Cuando la rama de la vid está viva, tan sólo puede haber una respuesta a todas sus peticiones: más y más uvas. En efecto, la rama existe para rendir frutos, y no puede hacer sino rendir uvas. Así, el verdadero creyente existe tan sólo para el propósito de rendir los frutos del espíritu: amar a los hombres como él mismo ha sido amado por Dios—que nos amemos los unos a los otros, así como Jesús nos ha amado a nosotros.

180:2.6

Y cuando la mano de la disciplina del Padre se apoya sobre la vid, lo hace con amor para que las ramas puedan rendir mucho fruto. El viñatero sabio tan sólo poda las ramas muertas y las que no rinden frutos.

180:2.7

Jesús tuvo gran dificultad en inculcar aun en sus apóstoles que reconocieran que la oración es una función de los creyentes nacidos del espíritu en el reino dominado por el espíritu.


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